TEMA 1: CONCEPTOS PREVIOS I (LAS CIENCIAS) | APUNTES DEL PROFESOR
1.1 El conocimiento científico
Qué es el conocimiento científico es una pregunta compleja. Antes de responderla hay que dar por sentadas varias cuestiones
elementales. Una de ellas es que la ciencia es una manifestación cultural, lo que quiere decir que es un conocimiento histórico y social.
Para evitar cualquier dogmatismo, lo primero que habría que decir es que no está construido de una vez para siempre, y lo segundo, que
el sujeto de la ciencia es un sujeto colectivo: la comunidad de científicos, no los científicos individuales. Pero inmediatamente, para evitar
cualquier relativismo es necesario añadir que no todo vale; la “magia” y el conocimiento científico no son equiparables. Ambas cosas
podrán ser suficientemente aclaradas si somos capaces de decir qué es el conocimiento y cómo podemos justificarlo.
Cualquiera de nosotros posee una multitud de "conocimientos" que tienen diversas procedencias. Si quisiéramos ser exactos deberíamos
hablar más bien de "creencias". Porque en el momento que eso que denominamos "conocimientos" empiezan a ser vistos como
“creencias” nos vemos obligados a justificar su naturaleza y, quizá mejor su "procedencia" 1(De forma muy general podríamos decir que
tres son las fuentes fundamentales de nuestras creencias: la experiencia propia, las informaciones que recibimos de otros y las
inferencias). De una manera o de otra este tipo de análisis nos lleva a una distinción: no todos nuestros conocimientos o creencias están
suficientemente justificados.
Si, de forma provisional, entendemos por conocimiento científico aquel que está suficientemente justificado, en seguida, llegamos a la
cuestión central: ¿cuándo se puede considerar que un conocimiento es "científico"?. Es esta una pregunta que ha dado lugar a muchas
discusiones y, desde luego, no siempre se ha contestado de la misma manera. En el momento histórico en que nos encontramos no han
desaparecido totalmente las discusiones pero existen respuestas que están bastante admitidas. Lo curioso es que estas respuestas no
son estrictamente "científicas" porque no pueden ser demostradas (entiéndase como se entienda este concepto). Dicho en otros términos,
es una respuesta filosófica que tienen que admitir tres presupuestos:
1) Existe un mundo exterior que es independiente de cómo lo pensemos cada uno de nosotros. Para denominarlo existe una
expresión: el "mundo objetivo".
2) Este mundo está sometido al “principio de constancia”: se comporta siempre de la misma manera (regido por leyes)
3) Este mundo puede ser conocido
4) Todo conocimiento es una experiencia que puede expresarse en representaciones sígnicas. Pero además, nuestro acceso al
mundo sólo es posible gracias a esas representaciones.
Una vez establecidos estos presupuestos, podemos plantearnos cómo podemos conocer el mundo "científicamente". La respuesta a esta
pregunta, como veremos, es múltiple. Si dejamos aparte las particularidades de las ciencias formales, que tienen formas peculiares de
justificación, la primera característica que se exige al conocimiento científico es que provenga de la experiencia sensible. En otros
términos: que proceda de una observación del mundo que cualquiera puede llevar a cabo. Naturalmente es esta una afirmación bastante
ingenua que habría que matizar, pero de momento puede servirnos. Con ella se quiere establecer un principio esencial: el saber científico
no es una experiencia individual o inefable sino "colectiva".
Ahora bien, la observación no es, en sí misma, un conocimiento científico, sino una condición para adquirirlo. La observación nos permite,
como mucho, observar hechos, pero la ciencia no está compuesta de hechos sino de explicaciones generales que pueden aplicarse a
hechos que se consideran similares. La generalización permite a la ciencia realizar (o al menos pretender) una operación que se
considera esencial: la previsión de los acontecimientos.
La tercera característica también tiene que ver con la primera. Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la observación pura no
existe, la observación siempre está dirigida por conocimientos previos, es decir, por alguna teoría que a su vez debería estar justificada; y
así indefinidamente.
Alcanzar los objetivos que la ciencia persigue no resulta fácil. Existen dos obstáculos difíciles de superar y que podríamos sintetizar en las
siguientes preguntas: ¿Cómo conseguimos sacar afirmaciones generales partiendo de la observación de hechos particulares? ¿Cómo
evitar el sesgo de los prejuicios no ya individuales sino de los conocimientos previos?
La respuesta a la primera pregunta es aparentemente simple: Mediante un proceso inferencial (de razonamiento) que denominamos
inducción. No tenemos otra posibilidad. El problema es que la inducción, en la mayor parte de los casos, no es un razonamiento del que
podamos estar totalmente seguros. En términos técnicos: no es formalmente válido (el único razonamiento formalmente válido es la
deducción). A pesar de que en algún momento algunos científicos (los neopositivistas) trataron de justificar el conocimiento científico en la
observación y en los procesos inductivos que podemos aplicar a los datos de observación, lo cierto es que ésta justificación no es
suficiente. De ahí que ya en nuestros días, primero, un filósofo americano C.S. Peirce, y, sobre todo, otro austriaco, K. Popper,
propusieron otro modo de justificación al que Popper llamó falsación. El conocimiento científico ha de basarse en la observación
experimental, pero más que buscar hechos que ratifiquen nuestras hipótesis explicativas (que es lo que hace la inducción), lo que
tenemos que hacer es buscar hechos que las nieguen. En el fondo lo que propone Popper es que cambiemos de procedimiento
inferencial: en lugar de usar la inducción, tenemos que utilizar la deducción. En términos técnicos un razonamiento como el siguiente:
p→q
¬q
¬p
La solución de Popper, es sin duda más rigurosa desde el punto de vista lógico que la de los induccionistas, pero tiene también sus
puntos débiles. Como la historia demuestra, una hipótesis aparentemente falsada puede resultar aceptable. Este hecho conecta con la
segunda de las preguntas que nos planteábamos: ¿Cómo evitar el sesgo de los prejuicios no ya individuales sino colectivos? Los hechos
utilizados para falsar están sujetos a las interpretaciones individuales y o los principios que proporcionan teorías que, aunque pueden ser
aceptadas por muchos, no están suficientemente justificadas, lo que nos lleva a una serie infinita de remisiones.
En definitiva, no podemos sustraernos a los prejuicios que pueden introducirse en las teorías previas. Así que la justificación última y
segura de la ciencia no es posible. En cualquier caso los científicos han buscado procedimientos que de alguna manera, permitan evitar
en lo posible estas dificultades. Después de una reflexión profunda y de no pocas discusiones las conclusiones a que se ha llegado se
podrían resumir en las siguientes:
1) No existe un procedimiento único que sea suficiente para justificar el conocimiento científico.
2) Sin embargo la alternativa no puede ser el relativismo. En la ciencia no todo vale. Las teorías científicas no son meras
construcciones arbitrarias o convencionales. Las respuestas a las preguntas científicas tienen que ser argumentadas y
evaluadas experimentalmente, porque, aunque imperfecta, la observación es necesaria.
, 3) El conocimiento científico es un conocimiento racional. Sobre el criterio de racionalidad también se ha discutido mucho. Nosotros
pensamos que la racionalidad se expresa mediante diversos criterios. El más fiable es el del pensamiento riguroso desde el
punto de vista lógico, es decir, el razonamiento deductivo. Pero dada la naturaleza experimental de nuestros conocimientos estos
procedimiento nunca pueden aplicarse con total rigor, de ahí que, cuando se utilicen, haya que someterlos a crítica En términos
de Popper, tienen que ofrecer la posibilidad de ser falsados. Pero la razón posee además de los estrictamente lógicos otros
procedimientos: los de la argumentación retórica. No son estos tan concluyentes como las demostraciones lógicas pero son
igualmente razonables. Cuando los procedimientos estrictamente demostrativos no pueden ser utilizados, queda la
argumentación. De hecho, ambos se mezclan en el discurso científico.
4) El sujeto de la ciencia y el tribunal evaluador es la comunidad de científicos. De manera que, sin exageraciones, puede decirse
que, hasta que no se demuestre lo contrario, es científico el conocimiento que así es admitido por la comunidad de científicos.
Ahora bien, puesto que esta sanción no puede ser nunca definitiva, este criterio impone la obligación de seguir investigando.
5) Puede añadirse además lo que podría considerarse un "criterio subsidiario": la relación adecuada entre fines y procedimientos.
No todos los fines admiten el mismo tipo de medios y procedimientos.
6) Este último criterio obliga a hacer una precisión. En muchas ocasiones cuando se ha planteado la pregunta sobre la ciencia,
implícitamente se está pensando en la ciencias experimentales y, más concretamente, en la Física. Pero lo cierto es que los
fines de la Física no son los de otras disciplinas que también aspiran a producir conocimientos científicos. Sus métodos tampoco
pueden ser los mismos. De ahí que estamos con aquellos autores (por ejemplo A. Chalmers 1984) que sostienen que la
pregunta por la ciencia, en la medida que exija una única respuesta, es una pregunta capciosa. No existe una única ciencia,
porque, como acabamos de ver, no existen unos procedimientos definidos que permitan determinar qué conocimiento es
científico. No obstante todos los conocimientos que persiguen la etiqueta de científicos deben estar sometidos a criterios
similares a los señalados anteriormente. Bajo la discusión en torno a qué puedan ser considerados conocimientos se esconde
otra menos explícita: qué es un conocimiento racional.
1.2 Las ciencias sociales y su objeto
El enorme desarrollo de los conocimientos y su especialización ha conducido a nuestro tiempo a una situación definida por la existencia
de "dos culturas": la de las ciencias empírico-matemáticas y la de las humanidades y ciencias sociales. Estas dos culturas en gran medida
se ignoran una a la otra, lo que no puede ser vivido sino como una situación que hay que lamentar y de la que habría que intentar salir.
Esta división se ha venido fraguando desde hace tiempo. Ya a finales del siglo pasado se establecieron los criterios para la distinción del
ámbito científico que quedaría parcelado en tres grandes ámbitos: las ciencias formales, naturales y sociales o “del espíritu”. Estos
criterios de distinción podrían sintetizarse en los siguientes. Las ciencias formales formulan enunciados analíticos (es decir, formales y no
dependientes de la experiencia) que se rigen por el principio de no contradicción. En cambio, tanto las Ciencias de la Naturaleza como las
Sociales y Humanas pretenden formular enunciados sintéticos (es decir, que dependen de la experiencia aumentan el conocimiento). Las
primeras persiguen la explicación de los fenómenos (hechos) mediante enunciados empíricamente verdaderos. Las segundas intentan
comprender el sentido de las acciones humanas mediante interpretaciones sobre las que cabe discusión pero que también persiguen el
acuerdo de la comunidad de investigadores.
Esta caracterización, que –hay que insistir- tiene un origen decimonónico, subraya que lo que distingue a las Ciencias de la Naturaleza y
Ciencias del Espíritu o Sociales es, en primer lugar, el objeto (como se advierte en la misma denominación), pero también el modo o los
procedimientos por los tratan de acercarse a él: la explicación en el caso de las Ciencias Naturales, la comprensión en el de las Ciencias
Sociales. Vamos a centrarnos primeros en la cuestión de la especificidad del objeto de las Ciencias Sociales, señalando sus
características, para abordar más adelante el problema del método.
Si tuviéramos que decir de forma muy breve en qué consiste el objeto de las ciencias sociales podríamos hacerlo en los siguientes
términos: las acciones humanas. Inmediatamente después deberíamos tratar de explicar que las acciones humanas se caracterizan
porque tienen sentido, son racionales, intencionales y motivadas. Ahora bien, una explicación más amplia debería contemplar, al menos,
los siguientes aspectos.
a) Decir de una acción que es significativa equivale a decir que es comprensible y que su sentido viene dado en gran medida
porque está orientado hacia unos objetivos o finalidades que pretenden alcanzarse (lo que equivale en gran medida a decir que
son intencionales) y obedece a unos motivos. Estas características de la acción la hacen comprensible y, en este sentido, son
racionales. Hay que decir que también los fenómenos que ocurren en el mundo natural son en alguna medida “significativos”
para nosotros. Pero lo son en un sentido diferente a como lo son las acciones humanas.
La diferencia entre el mundo social y el natural consiste en que este último no se constituye a sí mismo como «significativo»: los
significados que posee son producidos por los hombres en el curso de su vida práctica, y como consecuencia de sus esfuerzos
por entenderlo o explicarlo para sí mismos. La vida social -de la cual estos esfuerzos son una parte-, es producida por otro lado,
por sus actores componentes precisamente en función de su activa constitución y reconstitución de los marcos de significado,
mediante los cuales organizan su experiencia (Giddens 1987: 80- 81). Por lo demás, la significatividad, intencionalidad y
motivación de las acciones humanas no pueden desvincularse de su capacidad de anticipar el futuro y de la conciencia acerca
de lo que se hace y de lo que se va a hacer.
b) La segunda característica relevante de las acciones humanas tiene que ver con el contexto en que tiene que situarse. En cuanto
trascienden el mundo de lo natural, las Ciencias Sociales han de incluir lo que desde el punto de las Ciencias de la Naturaleza
forma parte de la experiencia “precientífica” y de la vida cotidiana. Debemos al filósofo alemán y padre de la fenomenología
Edmund Husserl el que la vida cotidiana, bajo la noción de "mundo de la vida" (Lebenswelt), se haya convertido en una noción
fundamental del modo en que hoy concebimos la vida social y sus manifestaciones simbólicas 2 (De la fertilidad de esta noción
puede dar idea el hecho de que constituye un concepto clave para la elaboración de la sociología fenomenológica de A. Schutz y
su continuación en una sociología del conocimiento y de la constitución de la realidad como la desarrollada por Berger y
Luckman; pero también para el interaccionismo simbólico desarrollado por G.H. Mead, las inclasificables pero importantes
aportaciones y análisis de E. Goffman, la etnometodología de H. Garfinkel y su continuación en la sociología cognitiva de A.
Cicourel, el conversacionalismo o las muy diversas aportaciones de las "críticas" de la vida cotidiana, por no hablar, como hemos
hecho, de Habermas y sus seguidores. Para una visión de conjunto de todo este complejo panorama cf. J. Pérez del Corral,
"Sociología de la vida cotidiana" en R. Reyes (Dir.) 1988: 1030-1036). Husserl fue el primero en destacar que el llamado "mundo
natural" no es sino un producto artificial derivado, que sólo puede comprenderse si descubrimos ese "horizonte" previo y no
tematizado que es el mundo de sentido de la vida cotidiana. El mundo natural no es sino una parte de ese mundo de la vida que
es el trasfondo último de todo conocimiento. De ahí que una teoría que intente explicar cómo se constituye el conocimiento del
mundo natural deba ir precedida por una teoría que explique la constitución del mundo de la vida que es el mundo social.
, c) La tercera característica del objeto de las Ciencias Sociales es lo que conocemos como intersubjetividad. Desde la perspectiva
del mundo de la vida, la experiencia de cada sujeto ya no aparece como un asunto privado, sino como parte de un mundo
compartido intersubjetivamente. El objeto se constituye como tal ante la mirada del otro: los otros me ayudan a construir el objeto
de mi conocimiento (contra el solipsismo cartesiano). De ahí que intersubjetividad aluda primariamente a la posibilidad de
formular proposiciones reconocidas como válidas por sujetos distintos. Pero significa también el reconocimiento de los otros
como sujetos, es decir, que “son como yo mismo” y que esta comunidad conforma el horizonte de sentido donde es posible el
conocimiento de esa parcela del mundo de la vida que es el mundo natural.
d) La intersubjetividad es posible gracias a la comunicación que se lleva a cabo a través de los sistemas simbólicos utilizados como
mediadores entre unos y otros. Habermas ha explicado este hecho distinguiendo dos tipos de acciones racionales: la acción
instrumental (también llamada “acción racional con arreglo a fines”) y la acción comunicativa. La acción instrumental es una
acción racional que se orienta por reglas técnicas que descansan sobre el conocimiento empírico. Por el contrario, la acción
comunicativa es una interacción simbólicamente mediada que se orienta con normas intersubjetivamente vinculantes que tienen
que ser entendidas y reconocidas por los sujetos implicados. Ambos tipos de acciones son racionales, pero se diferencian,
aparte de por sus fines, por el tipo de normas que las dirigen. Las primeras poseen una validez que depende de enunciados
empíricamente verdaderos (ciencias experimentales) o analíticamente correctos (lógico-matemáticas); por el contrario, la validez
de las normas sociales se funda en la intersubjetividad del acuerdo y sólo viene asegurada por el reconocimiento general de
obligaciones. De lo dicho se infiere con facilidad que, como ha afirmado K.O. Apel (1985), la acción comunicativa llevada a cabo
por los hombres supone en primer lugar una comunidad de comunicación y, en segundo, un acuerdo previo sobre el lenguaje
como medio simbólico de comunicación. Ambos constituyen presupuestos irrebasables (en términos kantianos, a priori) de todo
conocimiento, tanto en el contexto de las Ciencias de la Naturaleza como de las Ciencias Sociales pues, como hemos dicho, han
de basarse en la argumentación de una comunidad de comunicación.
e) Las acciones humanas no son sólo significativas sino transformadoras. Esta capacidad de transformación afecta tanto al mundo
natural como al social. El natural es transformado por la tecnología. En cuanto afecta al social las acciones humanas construyen
un mundo organizado en el que los participantes son todos, pero en el que no todos participan de la misma manera. Esta
desigualdad se expresa en las relaciones de poder que se constituyen desde el momento mismo en que se interviene en la
construcción de la realidad social. Analizar y comprender las relaciones de poder constituye otra tareas de las ciencias sociales.
f) Finalmente, otra de las características de las acciones humanas y al conocimiento que de ellas podemos adquirir es la
reflexividad. Cuando se habla del carácter reflexivo del conocimiento humano se quiere decir que el sujeto se proyecta siempre
en lo que conoce, de tal manera que nunca se queda al margen o no condiciona aquello que conoce y, al mismo tiempo, es
afectado por una realidad exterior a él. Sin embargo la actuación del sujeto no siempre se realiza de la misma manera. Las
Ciencias de la Naturaleza -se suele decir- tienen por objeto un mundo que está al margen de lo humano. La naturaleza reflexiva
del conocimiento queda así reducida a una condición de posibilidad; por decirlo en lenguaje aún más kantiano: posee un carácter
trascendental. Pero el científico la naturaleza puede actuar como si "el factor humano" no tuviera incidencia alguna. Las Ciencias
Sociales por el contrario, no sólo admiten lo humano del conocimiento como condición de posibilidad; constituye además objeto
específico de investigación. Puede decirse por tanto que el sujeto es el objeto. El carácter reflexivo del conocimiento social obliga
a lo que A. Giddens ha llamado una “doble hermenéutica” (1987:81). La primera hermenéutica tiene que ver con la comprensión
que llevan a cabo los mismos participantes (“legos”) en la vida social. La segunda hermenéutica es la que llevan a cabo los
científicos sociales sobre las acciones y su comprensión de los actores sociales. Lo característico de esta reflexión es que la
apropiación de conceptos y teorías técnicas inventadas por los científicos sociales puede convertirlos en elementos
constituyentes de la misma «materia» para cuya caracterización fueron acuñados, y bajo este signo alterar el contexto de su
aplicación. Esta relación de reciprocidad entre el sentido común y la teoría técnica es un rasgo peculiar, pero muy interesante de
la sociología que no poseen las ciencias naturales.
Admitir que estas son características específicas del objeto de las Ciencias Sociales tiene importantes consecuencias epistemológicas.
Una de ellas es la forma en que tenemos que entender el concepto de verdad cuando nos situamos en el contexto de las Ciencias
Sociales. La verdad es, como ha dicho J. Habermas, un concepto pragmático que exige un acuerdo sobre las siguientes cuestiones:
a) La inteligibilidad hace comprensible las relaciones interpersonales y los actos que se realizan en la acción comunicativa.
b) La verdad del enunciado (o contenido proposicional), es decir, el estado de cosas a que se refieren los actos habla.
c) La rectitud de la norma cuyo cumplimiento justifica el acto de habla realizado.
d) La veracidad que afecta a las intenciones del hablante y a su sinceridad en la realización de los actos de habla.
Planteados en términos de “validez” de los actos de habla el problema de la verdad adquiere una complejidad que hace necesario un
análisis que aquí no podemos emprender. Queremos, sin embargo, subrayar un aspecto que creemos relevante: desde esta perspectiva
el problema epistemológico de la verdad se prolonga inevitablemente en un planteamiento de carácter ético. No queremos abordar aquí la
cuestión de las consecuencias que para una ética del discurso como la de Apel y Habermas tiene la cuestión de la comunidad de
investigadores-intérpretes. Es esa una cuestión que tiene que ver con las posibilidades de justificación de la ética. Queremos
simplemente aludir muy brevemente a las implicaciones que los presupuestos metateóricos que estamos manejando tienen para la
cuestión, tan discutida en nuestro ámbito más específico, sobre la “objetividad de la información”.
El rechazo del mito objetivista supone situar el problema en un marco en el que lo cognitivo y lo axiológico no constituyen universos
disjuntos sino que uno y otro están íntimamente imbricados. La pretensión de la objetividad de la información (en términos de Habermas:
la verdad de las informaciones), por ejemplo, no es una cuestión que haya que abordarse teniendo en cuenta únicamente la reflexividad e
intersubjetividad implicadas en el conocimiento de la realidad social que el profesional de los medios de comunicación posee. Tiene que
ver también con “el hacer verosímil” (rectitud de la normas) y la pretensiones de validez que afectan a la veracidad de las informaciones.
En último término, el análisis del discurso informativo de alguna manera debe involucrar, al menos, esas cuatro pretensiones de validez
que, según Habermas, poseen los actos de habla. El olvido de la vertiente ética conduce sin remedio a la perversión del derecho y del
deber de informar que poseen los profesionales de los medios.
1.3 Las ciencias de la información y la comunicación (pasa bastante)
La existencia de un campo disciplinar que pudiera denominarse “ciencias de las información y comunicación” no es tan obvia como pueda
parecer. Al menos no es una obviedad que sea aceptada por todos. La fundamentación de estas reticencias reside en que los diversos
estudios sobre comunicación e información no constituyen un ámbito lo suficientemente cohesionado como para poder hablar de la
existencia de una disciplina que pudiera denominarse, por ejemplo, “Teoría de la Comunicación y de la Información”. Al margen de que
puedan existir otras, hay dos razones que, aparte de ser fundamentales, afectan de forma decisiva a la cuestión que constituye el núcleo
de esta reflexión. La primera de ella tiene que ver con la complejidad misma del objeto; la segunda, con la historia de la disciplina.