Explica el diferente nivel de desarrollo de las áreas celta e ibérica en vísperas de la conquista
romana en relación con la influencia recibida de los indoeuropeos, el reino de Tartesos y los
colonizadores fenicios y griegos.
Los numerosos pueblos que habitaban la Península durante la Edad del Hierro con anterioridad a la
llegada de los romanos en el siglo III a. C. tradicionalmente se han agrupado en dos grandes ámbitos:
el área ibérica y el área celta. Entre estas dos áreas se aprecian notables diferencias en cuanto a sus
formas de organización social, económica y política, así como en sus manifestaciones culturales.
El área ibera se localiza en el sur y el levante peninsular, penetrando al interior en el valle medio del
Ebro. Los iberos se dividen en distintos pueblos (turdetanos, edetanos, ilergetes, etc.) que, a pesar de
no tener unidad política, si poseen una entidad cultural común y presentan características bastante
homogéneas. Si bien existen diversas teorías sobre su origen, el contacto con tartessos y pueblos
colonizadores fenicios, griegos y cartagineses será fundamental para su configuración ya que
recibirán de ellos importantes influencias. De esta manera, en su próspera economía, ya monetaria,
tienen un papel destacado los regulares contactos comerciales que mantienen con estos pueblos
colonizadores, con los que intercambian productos agrarios, artesanía y minerales. Si bien las
sociedades iberas mantienen su carácter tribal, están cada vez más jerarquizadas y se aprecian en
ellas importantes diferencias sociales en cuanto a riqueza y poder, con predominio de una élite, la
aristocracia guerrera y terrateniente, y con una significativa presencia de esclavos como mano de
obra. Su organización política es ya de tipo estatal, según el modelo griego y fenicio de ciudades-
Estado independientes (cada una de las cuales controla los territorios circundantes, pudiendo incluir
otras ciudades) y como forma de gobierno tienen monarquías o bien órganos aristocráticos. Su rica
cultura también está muy influenciada por estos pueblos colonizadores, como se pone de manifiesto
en la adopción de un sistema de escritura, las evolucionadas creencias religiosas y sus importantes
manifestaciones artísticas (cerámica y escultura).
Los celtas, de origen indoeuropeo, se asientan en el centro, oeste y norte peninsular. El área celta,
alejada de la influencia de los colonizadores orientales, está poco evolucionada, pero resulta muy
heterogénea ya que hay importantes diferencias entre los pueblos que por su proximidad a los iberos
estaban algo más desarrollados (celtíberos, lusitanos, etc.) y los pueblos del norte (galaicos, astures,
cántabros, vascones, etc.) mucho más atrasados. En general, tienen formas de vida bastante
primitivas. La agricultura está poco desarrollada y su principal actividad económica es la ganadería;
el comercio, basado en el trueque ya que no conocen la moneda, es muy escaso. La metalurgia del
hierro se encuentra muy avanzada. Se agrupan en distintas tribus basadas en grupos de parentesco
(clanes y linajes) y su organización política es muy básica, de carácter preestatal: consejos de
ancianos y jefes o caudillos, elegidos por prestigio personal, rigen la vida de las pequeñas aldeas y
poblados ya que no hay ciudades. Todos estos aspectos determinan que su sociedad sea muy
igualitaria, sin que existan ni grandes élites ni esclavos. Su nivel de desarrollo cultural es inferior al
del área ibera: carecen de escritura, sus creencias religiosas están poco evolucionadas y entre sus
escasas manifestaciones artísticas únicamente destacan la forja y la orfebrería.
En definitiva, los pueblos iberos estaban mucho más desarrollados que los celtas por los contactos
mantenidos con los pueblos colonizadores. El diferente nivel de desarrollo de ambos explica la
actitud ante los conquistadores romanos: los iberos, con una sociedad más abierta a influencias
exteriores, mercantil, urbana y clasista, se romanizaron más rápida y más intensamente que los
celtas, que opusieron más resistencia al tratarse de sociedades más cerradas, atrasadas
económicamente, rurales e igualitarias.
,Define el concepto de romanización y describe los medios empleados para llevarla a cabo.
Se denomina romanización al proceso por el cual los distintos pueblos indígenas que habitaban la
Península (celtas e iberos), a partir de la conquista romana iniciada a finales del siglo III a. C., bien
pacíficamente o bien por la fuerza, adoptaron la lengua, la cultura, las formas de organización y los
modos de vida romanos. Se trata, por tanto, de un proceso de asimilación cultural o aculturación que
supondrá la plena integración de Hispania en el sistema económico del imperio romano (con una
economía de tipo colonial, monetaria y de base esclavista), el establecimiento de una sociedad clasista
fuertemente jerarquizada (con distinción entre hombres libres y esclavos, y con la dualidad ciudadano-
no ciudadano entre los libres), la implantación de la organización político-administrativa romana (con
el uso del Derecho regulando las relaciones privadas y el funcionamiento de las instituciones públicas),
la difusión de la vida urbana por todo el territorio, la generalización del latín como lengua, la
aceptación de las creencias religiosas romanas (incluido el cristianismo) y el desarrollo de las formas
artísticas clásicas.
El proceso de romanización se llevó a cabo a través de una serie de medios entre los que destacaron la
presencia del ejército, la extensión de la vida urbana, la concesión del derecho de ciudadanía y la
generalización del latín.
El papel del ejército fue fundamental para la expansión de las formas de vida romanas tanto por la
presencia de militares de procedencia itálica como por el hecho de que los romanos reclutaban tropas
auxiliares entre los indígenas, algo que contribuía a romanizarlos. Estos soldados, al terminar su
servicio, recibían tierras y podían convertirse en ciudadanos. Por otra parte, algunos campamentos de
las legiones adquirieron carácter permanente y se convirtieron en municipios romanos.
La extensión de la vida urbana contribuyó de manera muy importante a la romanización ya que las
ciudades actuaron como focos de irradiación de romanidad. Desde ellas se organiza política y
económicamente el territorio. Los romanos mantuvieron las ciudades ya existentes en el área ibera (sur
y levante) y crearon otras nuevas para los indígenas según el modelo romano en el resto de la Península
donde no existían. También se asentaron ciudadanos romanos en colonias de nueva creación,
generalmente entregando tierras a los soldados veteranos. Se construirá una importante red de calzadas
que permitirá organizar el territorio, asegurar su control militar y administrativo, unir las distintas
ciudades y fomentar el comercio.
La progresiva concesión del derecho de ciudadanía a los indígenas implicaba para los beneficiarios
gozar de una serie de derechos y privilegios. Constituía un aliciente para aceptar la dominación romana
y comenzó con las élites indígenas para lograr su colaboración. Hasta el siglo I d. C. tan solo una
minoría de la población tenía la condición de ciudadano, pero a partir del Edicto de Latinidad
promulgado por Vespasiano (74 d. C.) la mayoría de las élites urbanas pudieron convertirse en
ciudadanos latinos de pleno derecho. A partir del Edicto de Caracalla del año 212 todos los habitantes
de Hispania (como los del resto del imperio) obtuvieron la ciudadanía romana.
La generalización del uso del latín resultó fundamental ya que se impuso y desplazó a las lenguas
prerromanas (solo subsistió el vascuence). Se estableció como lengua oficial y privada contribuyendo
de manera muy importante a la uniformización cultural y la difusión de los modos de vida romanos.
Hispania se convertirá en un territorio perfectamente integrado en el imperio romano. No obstante, la
romanización no fue un fenómeno uniforme. La zona que se romanizó de manera más rápida y más
intensa fue el área ibera (el sur y el levante), conquistada desde un primer momento y con formas de
organización anteriores no muy diferentes a las romanas por los contactos mantenidos con otros
pueblos colonizadores; en el centro y oeste peninsular la romanización fue más dificultosa por su
menor grado de urbanización y de desarrollo; y en el norte, los romanos no consiguieron imponer
totalmente sus formas de vida, ni de manera profunda.
,Resume las características de la monarquía visigoda y explica por qué alcanzó tanto poder la
Iglesia y la nobleza.
Los visigodos eran un pueblo germano que penetró en el Imperio Romano y terminó asentándose a
comienzos del siglo V en el sur de la Galia como pueblo federado, constituyendo un reino con capital
en Tolosa. Cuando los suevos, vándalos y alanos invadieron Hispania, Roma utilizó a sus aliados
visigodos para combatirlos, pero estos aprovecharán también para establecerse en la Península. Tras
ser derrotados por los francos en Vouillé (507), se instalan definitivamente creando el reino visigodo
de Toledo. Los visigodos, aunque son una minoría frente a la población hispanorromana, detentan el
poder político y militar. Ambas comunidades no se mezclan, mantienen diferentes códigos
legislativos y diferente religión (los visigodos eran arrianos y los hispanorromanos católicos).
Los monarcas visigodos, originariamente meros caudillos militares con una autoridad limitada,
trataron de contrarrestar la debilidad de la monarquía. Leovigildo consolidó el territorio (anexionó a
los suevos, arrinconó a cántabros y vascones, frenó a los francos y a los bizantinos) y buscó su
fortalecimiento interno con la integración de hispanorromanos y visigodos permitiendo matrimonios
mixtos y estableciendo mismos jueces para todos (aunque con distintas leyes). La unidad religiosa la
logrará Recaredo, que se convirtió al catolicismo (589) y la integración jurídica la culminará
Recesvinto con el Liber Iudiciorum, un mismo código judicial para todos.
La monarquía visigoda era tradicionalmente electiva. Llegado el momento, la elección del nuevo rey
dependía de la nobleza. Este hecho provocaba una gran inestabilidad con frecuentes rebeliones,
asesinatos de monarcas y conflictos entre los nobles que aspiraban a la corona. Aunque algunos reyes
como Leovigildo consigan que su hijo le suceda, no arraigará el carácter hereditario de la monarquía.
La estructura estatal visigoda es muy básica. El rey tiene un gran poder, al menos en teoría. Gobierna
con ayuda de un grupo de personas de confianza que forman el Oficio Palatino. Cuenta también con
el Aula Regia, una asamblea consultiva formada por la aristocracia. Desde la conversión al
catolicismo, tienen un gran papel los Concilios de Toledo, ya que, presididos por el rey, además de
los obispos, incorporarán a la nobleza, asumiendo funciones no solo religiosas sino también políticas
y legislativas.
La debilidad del Estado hará que sus funciones sean sustituidas por relaciones personales. En un
mundo esencialmente rural (sin apenas comercio ni circulación monetaria y donde la posesión de la
tierra determina la riqueza) los reyes se apoyan en nobles fieles (gardingos) a los que pagan con
tierras los servicios prestados (administrar justicia, cobrar tributos, defender el territorio, etc.). En
principio, se trata de una concesión en usufructo vitalicio, pero con el tiempo se convertirá en
hereditaria pudiendo gobernar en ellas con casi total autonomía. A su vez, estos nobles buscan otras
personas (bucelarios y saiones) a los que conceden protección y tierras a cambio de apoyo militar,
tras un compromiso de fidelidad y obediencia. Con este debilitamiento del poder de la monarquía en
beneficio de la nobleza se estaba gestando el feudalismo. La Iglesia, por su parte, había acumulado
desde el Bajo Imperio un gran patrimonio territorial gracias a las donaciones de los fieles. Cuando
Recaredo se convierta, al poder económico añadirá la influencia política, además de ser la
legitimadora de la monarquía.
Por tanto, nobleza e Iglesia acumulan un gran poder político y económico, y ambas coinciden en su
interés de no permitir una monarquía fuerte que limite sus prerrogativas. Los reyes necesitan de su
apoyo para alcanzar el trono y mantenerse en él. En el contexto de una de tantas luchas nobiliarias
por la corona, entre witizianos y partidarios de Don Rodrigo, será cuando se produzca la llegada de
los musulmanes a la Península. La derrota en la batalla de Guadalete en el 711 marcará el fin de la
monarquía visigoda.
, Describe la evolución política de Al Ándalus.
El término Al-Ándalus designa los territorios de la península ibérica bajo dominio musulmán,
independientemente de su extensión geográfica, ya que esta se irá reduciendo paulatinamente con el
proceso que los cristianos denominaron Reconquista. En los casi ocho siglos de existencia de Al-
Ándalus pueden distinguirse varias etapas.
Tras la invasión musulmana en el 711, la victoria sobre los visigodos y la rápida conquista, la
Península en casi su totalidad (salvo la zona cantábrica y los Pirineos) queda integrada en el imperio
islámico. El territorio de Al-Ándalus, dividido en coras y con capital en Córdoba, está gobernado por
un emir o valí que depende totalmente del califa omeya de Damasco. Los inicios de este emirato
dependiente fueron convulsos por las rivalidades entre árabes y bereberes (que se rebelan en el 741)
y por las tensiones entre la aristocracia tribal árabe y el emir de Córdoba. La expansión en Europa
quedó frenada tras ser derrotados por los francos en Poitiers (732).
En el 750, los Abasíes derrocan violentamente a la dinastía Omeya sustituyéndola al frente del
califato. Abd al- Rahman sobrevive a la matanza y tras hacerse con el poder de Al-Ándalus se
proclama emir independiente del califa de Bagdad, de manera que sigue aceptando su autoridad
religiosa pero ya no su autoridad política. Es el emirato independiente (756-929). El nuevo Estado se
reorganiza y se produce una fuerte islamización de la sociedad aumentando la intransigencia
religiosa. El periodo fue de una constante inestabilidad interna por las tensiones entre árabes y
bereberes, las revueltas sociales de muladíes y mozárabes, los enfrentamientos políticos del emir con
la aristocracia musulmana y con los díscolos gobernadores de las marcas fronterizas.
A comienzos del siglo X, Abderramán III, logró recuperar el control interno del emirato y detener el
avance cristiano. Se autoproclamó califa en el 929 desvinculándose así por completo de los abasíes
de Bagdad y convirtiéndose en el líder político y espiritual de todos los creyentes de Al-Ándalus. El
Califato de Córdoba (929-1031) constituye la época de mayor esplendor político, militar, económico
y cultural de Al-Ándalus. Al-Hakam II impulsó notablemente la cultura, pero con su sucesor,
Hisham II, el poder efectivo lo asumió el hachib Almanzor, que gobernó autoritariamente apoyado
en el ejército. Imbuido de un gran celo religioso, emprendió numerosas razias o aceifas contra los
cristianos. Tras su muerte en 1002 se inició una etapa de inestabilidad política y enfrentamientos que
provocarán la desaparición del califato en 1031 y su disgregación en reinos de taifas independientes.
Estas taifas, si bien mantienen la prosperidad económica y cultural, por su debilidad política y militar
se ven obligadas a pagar parias a los cristianos, que recuperan territorios; Toledo cae en 1085.
En 1086, los almorávides norteafricanos, reclamados por las taifas, derrotan a los cristianos en
Sagrajas y se hacen con el control de las mismas. El dominio almorávide se basó en la ocupación
militar y en la imposición de una estricta ortodoxia religiosa. La pérdida de territorios (Zaragoza), su
fanatismo religioso y su debilitamiento en el norte de África provocarán la disgregación en unos
segundos reinos taifas que resultarán muy efímeros. Una nueva invasión bereber, la de los
almohades, logró unificar Al-Ándalus en 1172. Sevilla será su capital. Con un gran puritanismo
religioso, derrotan a los cristianos en Alarcos (1195) conteniendo su avance, pero la derrota en Las
Navas de Tolosa (1212) marca su ocaso. Se produce la fragmentación en las terceras taifas, que poco
a poco irán cayendo ante el gran avance de los cristianos en el XIII. Al-Ándalus queda reducido al
reino nazarí de Granada, que resistirá durante más de dos siglos a la presión castellana y las disputas
internas. En 1492 los Reyes Católicos pactaron con Boabdil su rendición, desapareciendo así el
último vestigio de dominio musulmán en la Península.