El desempeño económico y social en el período de industrialización dirigida por el Estado
El crecimiento económico:
Durante el periodo de industrialización américa latina logro crecer por encima de la media
mundial y mantener el ritmo de los países de occidente, sobre todo después de la SGM. El pib
per cápita creció un 2,7% durante 1945-80, y la población también. La participación de
América Latina en la producción mundial continuó aumentando, hasta llegar en 1980 al 9,8%,
dos puntos porcentuales más que a fines de la Segunda Guerra y cuatro más que en 1929.
Como se puede apreciar, la tasa de crecimiento que caracterizó al período entre 1945 y
1980, del 5,5% anual en promedio, había sido alcanzada sólo de forma esporádica con
anterioridad (en torno al 5% en el decenio previo a la Primera Guerra Mundial y en los años
1920), pero nunca se había experimentado por un período de tiempo tan prolongado.
La productividad laboral de las seis economías más grandes de la región experimentó tres fases
definidas a lo largo del siglo XX: lento crecimiento hasta 1936, una aceleración entre dicho año
y 1977, y un estancamiento posterior (hasta fin del siglo).
El crecimiento fue también destacado por el fuerte cambio en la estructura productiva y el
dinámico desarrollo institucional que lo acompañó. El sector manufacturero fue el motor del
crecimiento económico, pero también se expandieron significativamente los servicios
modernos: los financieros, la infraestructura de transporte.
El Estado jugó un papel directo, a través de la creación de empresas públicas, en el desarrollo
de algunos sectores industriales “estratégicos”, pero este fue un patrón característico de los
países más grandes. También se apropió cada vez más de los sectores mineros (petróleo y gran
minería), siguiendo la tendencia que había inaugurado México en 1938. Mucho más
generalizada fue, sin embargo, la participación del Estado en el desarrollo de los servicios
modernos, lo que en múltiples casos implicó la nacionalización de empresas privadas.
Para el conjunto de la región, el patrón temporal fue una aceleración del crecimiento
económico en la inmediata posguerra, facilitada por los buenos precios de materias primas,
sucedida por una desaceleración entre mediados de las décadas de 1950 y de 1960 generada
por la oleada de crisis de balanza de pagos.
El crecimiento económico no fue, sin embargo, uniforme a lo largo y ancho de la región, ni a lo
largo del tiempo entre los distintos países. Por el lado positivo, lo más sobre-
saliente es el crecimiento de las dos economías más grandes, Brasil y México, cuyo desempeño
fue particularmente destacado entre 1967 y 1974. Esto reflejaba, sin duda, la prioridad que el
patrón de desarrollo otorgó al mercado interno. Pese a su proceso de convergencia con los
países más desarrollados, Brasil solamente alcanzó el 33% del PIB per cápita de Occidente en
1980 y México el 39%.
Por el lado negativo, sobresale el lento crecimiento en las economías más exitosas de la era
de desarrollo primario-exportador: las tres economías del Cono Sur y Cuba. Desde los años de
la Primera Guerra Mundial, los primeros (Argentina, Chile y Uruguay), tenían los mayores
niveles de ingreso per cápita, pero experimentaron un marcado proceso de divergencia desde
entonces, cayendo del 81% del PIB per cápita de Occidente en 1913 y 75% en 1929, al 67% en
1950 y 43% en 1980.
, Cuba: a transición hacia una economía centralmente planificada y los vaivenes sobre el papel
que habría de jugar el azúcar en la economía de la isla significaron un retroceso adicional en las
primeras etapas de la revolución.
Costa Rica, Ecuador y Panamá experimentaron un crecimiento del PIB per cápita superior al
promedio latinoamericano.
A ellas habría que agregar República Dominicana y Guatemala durante el auge de 1967-74, y
Paraguay en 1974-80. Por el contrario, Bolivia y Nicaragua tuvieron, en el conjunto del período,
el peor desempeño regional en términos de crecimiento per cápita. En todas las economías
más pequeñas, el peso de las exportaciones como motor de crecimiento fue mayor que en el
de las de mayor tamaño, pero ello no ayuda a explicar totalmente el comportamiento relativo
de los países.
Cabe anotar que la mayoría de los países de peor desempeño tuvieron rupturas
revolucionarias: Bolivia, Cuba, Chile.
La disminución de las tasas de mortalidad y la transición rezagada de la fecundidad generaron
fuertes presiones demográficas, que alcanzaron su mayor intensidad
entre mediados de la década
de 1950 y mediados de la siguiente. La aceleración
demográfica implicó cambios en la estructura de edades de la población y aumentos en las
tasas de dependencia familiar, que mantuvieron a una parte importante de las mujeres por
fuera del mercado de trabajo. El resultado fue que la fuerza de trabajo tendió a crecer menos
que la población total.
El grado de urbanización estuvo entonces correlacionado con el grado de desarrollo pero
también con el tamaño de la población de los países.
Sesgos sectoriales y desequilibrios macroeconómicos:
Entre las críticas al proceso de industrialización sobresalen tres: los sesgos que generó en
contra de la agricultura y en contra de las exportaciones, y los desequilibrios macroeconómicos
que caracterizaron dicho proceso.
1. La agricultura no estuvo ausente de la trayectoria de crecimiento de la producción y de
la productividad y de un proceso dinámico de desarrollo institucional. A pesar de que,
como corresponde a los patrones de crecimiento económico, su participación en el PIB
se redujo, la producción agrícola creció a una tasa anual de 3,5% en 1950-1974, que se
aceleró al 4,3% en 1974-1980, aunque con diferencias notorias entre distintos países.
Por su parte, gracias a la mezcla de cambio tecnológico y de sustracción de los
excedentes de mano de obra subempleada en el campo, la productividad agrícola
aumentó de manera rápida entre mediados de los años 1950 y mediados de los 1980.
Las políticas comerciales discriminaron, sin duda, contra la agricultura. Esto fue
fundamentalmente el resultado de los impuestos explícitos o implícitos.
Lo que es más importante, el aparato de las nuevas instituciones estatales para apoyar
la modernización del sector agropecuario, que incluyó servicios tecnológicos, de
extensión agrícola, crédito y comercialización fue, en general, más desarrollado que el
diseñado para apoyar el crecimiento industrial.
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