Antes de indagar el método que conviene al estudio de los hechos sociales, es preciso saber
a qué hechos se da este nombre.
La cuestión es tanto más necesaria, en cuanto se emplea aquel calificativo sin mucha
precisión; se le emplea corrientemente para designar a casi todos los fen6menos que ocurren en
el interior de la sociedad, por poco que a una cierta generalidad unan algún interés social. Pero,
partiendo de esta base; apenas si podríamos encontrar ningún hecho humano que no pudiera ser
calificado de social. Todo individuo bebe, duerme, come, razona, y la sociedad tiene un gran
interés en que estas funciones se cumplan regularmente. Si estos hechos fueran, pues, sociales,
la sociología no tendría objeto propio, y su dominio se confundiría con el de la biología y el de
la psicología.
Pero, en realidad, en toda sociedad existe un grupo determinado de fenómenos que se
distinguen por caracteres bien definidos de aquellos que estudian las demás ciencias de la
Naturaleza.
Cuando yo cumplo mi deber de hermano, de esposo o de ciudadano, cuando ejecuto las
obligaciones a que me he comprometido, cumplo deberes definidos, con independencia de mí
mismo y de mis actos, en el derecho y en las costumbres. Aun en los casos en que están acordes
con mis sentimientos propios, y sienta interiormente su realidad, ésta no deja de ser objetiva,
pues no soy yo quien los ha inventado, sino que los he recibido por la educación. ¡Cuántas
veces sucede que ignoramos el detalle de las obligaciones que nos incumben, y para conocerlas
tenemos necesidad de consultar el Código y sus intérpretes autorizados! De la misma manera, al
nacer el creyente ha encontrado completamente formadas sus creencias y prácticas; si existían
antes que él, es que tienen vida independiente. El sistema de signos de que me sirvo para
expresar mi pensamiento, el sistema de monedas que uso para pagar mis deudas, los
instrumentos de crédito que utilizo en mis relaciones comerciales, las prácticas seguidas en mi
profesión, etc., funcionan con independencia del empleo que hago de ellos. Que se tomen uno
tras otros los miembros que integran la sociedad, y lo que precede podrá afirmarse de todos
ellos. He aquí, pues, maneras de obrar, de pensar y de sentir que presentan la importante
propiedad de existir con independencia de las conciencias individuales.
Y estos tipos de conducta o de pensar no sólo son exteriores al individuo, sino que están
dotados de una fuerza imperativa y coercitiva, por la cual se le imponen, quieran o no. Sin duda,
cuando me conformo con ellos de buen grado, como esta coacci6n no existe o pesa poco, es
inútil; pero no por esto deja de constituir un carácter intrínseco de estos hechos, y la prueba la
tenemos en que se afirma a partir del momento en que intentamos resistir. Si yo trato de violar
las reglas del derecho, reaccionan contra mí para impedir mi acto si todavía hay tiempo, o para
anularlo y restablecerlo en su forma normal si se ha realizado y es reparable, o para hacérmelo
expiar si no puede ser reparado de otra manera, ¿Se trata de máximas puramente morales? La
conciencia pública impide todo acto que la ofenda, por la vigilancia que ejerce sobre la conducta
delos ciudadanos y las penas especiales de que dispone. En otros casos la coacci6n es menos
violenta, pero existe. Si yo no me someto a las convenciones del mundo, si al vestirme no tengo
en cuenta las costumbres seguidas en mi país y en mi clase, la risa que provoco, el aislamiento
en que se me tiene, producen, aunque de una manera más atenuada, los mismos efectos que una
pena propiamente tal. Además, no por ser la coacci6n indirecta es menos eficaz. Yo no tengo
obligaci6n de hablar en francés con mis compatriotas, ni de emplear las monedas legales; pero
me es imposible hacer otra cosa. Si intentara escapar a esta necesidad, mi tentativa fracasaría
miserablemente. Industrial, nada me impide trabajar con procedimientos y métodos del siglo
pasado; pero si lo hago me arruinaré sin remedio. Aun cuando pueda liberarme de estas reglas y
violarlas con éxito, no lo haré sin lucha. Aun cuando pueda vencerlas definitivamente, siempre
hacen sentir lo suficiente su fuerza coactiva por la resistencia que oponen. Ningún innovador;
por feliz que haya sido en su empresa, puede vanagloriarse de no haber encontrado obstáculos de
este género.
He aquí, pues, un orden de hechos que presentan caracteres muy especiales: consisten en
maneras de obrar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y que están dotadas de un poder
coactivo, por el cual se le imponen.
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