Química en las trincheras de la Primera Guerra Mundial
Tan solo quince años después, la burbuja pacifista de La Haya estallaba trágicamente
con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Con ella, la humanidad no solo conocería
un horror sin límites, sino que asistiría al nacimiento de las armas químicas, llamadas
a desempeñar un infame papel en las guerras del futuro.
Una industria creciente
El desarrollo de la industria en Europa a principios del siglo XX anunciaba cambios
importantes en todos los campos. En Alemania, el tejido industrial extendía sus redes
más que ningún otro país, y su sector químico avanzaba a pasos agigantados gracias al
numeroso personal técnico cualificado y a sofisticados equipos que permitían la
producción a gran escala. Como consecuencia, la empresa BASF ponía en marcha ya en
1909 el denominado Proyecto Nitrógeno, con el fin de producir nitratos utilizables
como explosivos.
Contra todo pronóstico, el primer contendiente en experimentar con gases en la Gran
Guerra no fue Alemania
La cabeza visible de aquel plan era el científico alemán Fritz Haber , quien, recurriendo
a altas temperaturas y presiones, combinó el nitrógeno de la atmósfera con el
hidrógeno para generar amoníaco. Este logro, que permitía a Alemania prescindir de
las importaciones de nitratos provenientes de Chile, le valió presidir la comisión
secreta de química de combate y, años más tarde, recibir un premio Nobel.
A las puertas de la Primera Guerra Mundial, y pese a las buenas intenciones
manifestadas en La Haya, la poderosa industria química alemana tomaba posiciones y
se preparaba para abastecer al Ejército en caso de que fuera necesario. Pero, contra
todo pronóstico, el primer contendiente en experimentar con gases una vez iniciada la
Gran Guerra no fue Alemania.
En agosto de 1914, soldados franceses lanzaron granadas de mano cargadas con
bromoacetato de etilo (sustancia lacrimógena que Francia ya había utilizado como
agente antidisturbios en el ámbito civil) con la intención de forzar a las tropas
germanas a abandonar los búnkeres. El intento fracasó, dada la escasa cantidad de
agente utilizado, pero Alemania, que optó por no denunciar el hecho como una
violación de la Convención de La Haya, ya tenía la excusa que necesitaba.
Ilustración de 1918 de John Singer Sargent.
Dominio público
Así, en enero del año siguiente, y bajo la protección del káiser Guillermo II, Fritz Haber
recibía autorización para el estudio de ataques con cloro. Su equipo, en colaboración
con las tres grandes empresas químicas alemanas del momento (BASF, Hoechst y
Bayer) y otros científicos de renombre, como Otto Hahn, James Franck y Gustav Hertz,
se ponía manos a la obra para diseñar la respuesta alemana, convencido de que el uso
de armamento químico supondría un rápido final para la guerra.
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