Este es un breve ensayo que da muestra del libro Uvas de la ira. Dando cuanta de este sentido critico y social que nos permite entender este maravilloso libro.
Perder el destino, perder el ser, perder el recorrido, perder el camino andado. ¿Qué significa
esta perdida? ¿Ante que estamos perdiendo? Solo queda la desolación, la desesperanza y la
nostalgia de lo recordado. Pues, como cual andariego diría, un camino transforma y
desenvuelve cada encanto que se pueda encontrar en nuestro ser. Un ser que se ha visto
agotado y sometido a violencias tal vez sin fin, pues son estas las que no paran de
presenciarse. ¿Qué queda después de ello? Ira, rabia y cualquier otro sentimiento negativo
que pueda adentrarse hasta sentirlo con cada parte de nuestro cuerpo, desde la punta de los
pies hasta lo alto de la coronilla, que sea tan fuerte que se transforme a veces en miedo,
provocando que nuestra garganta duela y nuestra voz deje de sonar, pero que además se
deja de escuchar. La rabia de habitar, la furia de resistir, el cansancio de aguantar lo
inesperado y la ira de recorrer caminos sin futuro. Caminos a los que no se le encuentra un
final, que tal vez nunca se encontraran, pues su inicio ha estado marcado por tanto dolor. Su
inicio se llevó los sentires y destruyó lugares, destruyó personas.
¿Qué provocó esto? Rabia infinita, irá ante la vida, ira de lo acontecido, ira de lo que se está
viviendo, una ira comunal, una ira de las uvas. Y es que las uvas no son más que una
metáfora, una que nos habla de aquellos seres imperfectos, incluso en lo colectivo. Personas
que viven de la tierra y que laboran en ella gran parte de los días. Personas campesinas que
han sido desplazadas del Estado de Oklahoma hasta un lugar lejos, desconocido y diferente.
El libro de John Steinbeck “Uvas de la ira” se puede describir de muchas maneras, pues es
un libro conmovedor, sentimental, con una narración detallada, un poco explicita, pero
también sincera del desplazamiento interno de un grupo de campesinos.
Andariegos que buscaban camino en el rastro que se dejaba, pero que tan bien buscaban
dejarlo. A través de las marcas que sus pies al pisar formaban, al trabajar el campo, al
recorrer todos los días un mismo lugar. Un lugar lleno de marcas, pues ellas son las que
contemplan que está existiendo, que es reconocido. Pero las marcas tienen muchas formas,
así como el camino, no siempre aquellas marcas son tan inocentes, muchas veces son ellas
, más grandes, tan grandes que parece un monstruo productor de tristeza con marcas
imborrables.
Cuan Joad vuelve a casa, se da de cuenta que ya no existe casa, que aquella casa en la que
creció no es nada más que su familia en la calle. Ha desaparecido, pues la personas que en
ella vivan ya no están. Solo quedan las tablas, los vidrios rotos y algunos otros objetos que
no tardo en reconocer que eran de su familia.
Acompañado del ex pastor del pueblo, deciden recorrer el lugar y se encuentran con un
viejo conocido del pueblo llamado Muley. Este, ahogado por la tristeza, le comparte el
sufrimiento que les tocó vivir. Le cuenta sobre el destierro y el momento en el que cada
familia comenzó a perder se hogar. Un día, simplemente, llegaron un par de personas y les
dijeron que tenían que salir de ese lugar. Que tenían que buscar otra tierra, otro hogar
porque donde se encontraban ya no les pertenecía. La tierra no estaba dando abasto y la
siembra no crecía, por lo que las familias comenzaron a recibir menos ingresos y la
hipoteca de su tierra, la cual fue para producirla, les cobró factura y los bancos les quitaron
sus sueños.
Protestaron, hablaron de su tierra como el único lugar donde podían vivir. Dijeron que
habían estado allí toda la vida, algunos más de 60 años y otros menos, pero todos con una
vida allí. Crearon familias, criaron hijos y construyeron comunidad. Que no era justo que
estos, aparecidos, les quitaran sus tierras que eran parte de ellos y la conocían como otra
extensión de cuerpo. Pero la respuesta fue el silencio y la confusión, culpando a una entidad
en la cual no podían protestar, ni reclamar por ser, precisamente, un banco nada más.
Además, afirmando que un tractor hace todo el trabajo, y mejor, que 14 de ellos, pues al
capital le beneficiaba quitarles estas tierras para así ubicar actividades donde sea mínimo
los costes que se obtengan de medios de producción.
Muley estaba furioso, decía que no era justo, que no podían. Toda la vida del pueblo y la
comunidad se desbarato, desintegraron las familias, lo que quedo fue únicamente la
constante depresión y la poca esperanza de encontrar nuevamente un buen lugar. “¿cómo
van a tener la esperanza del cielo cuando no viven sus vidas? ¿cómo van a albergar el
espíritu santo si su propio espíritu esta abatido y triste?” (p.84)
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