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Sumario ESTEVAN LEVIN, LA EXPERIENCIA DE SER NIÑO. DISCAPACIDAD, CLÍNICA Y EDUCACIÓN. $5.03   Add to cart

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Sumario ESTEVAN LEVIN, LA EXPERIENCIA DE SER NIÑO. DISCAPACIDAD, CLÍNICA Y EDUCACIÓN.

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resumen del libro de ESTEVAN LEVIN, LA EXPERIENCIA DE SER NIÑO. DISCAPACIDAD, CLÍNICA Y EDUCACIÓN. CAPITULO 4 Y 5

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  • No
  • Capitulo 4 y 5
  • March 6, 2021
  • 9
  • 2020/2021
  • Summary
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ESTEVAN LEVIN: LA EXPERIENCIA DE SER NIÑO. DISCAPACIDAD,
CLÍNICA Y EDUCACIÓN
Infancia, alteridad y diferencia
La experiencia, ese mágico hacer escénico de la infancia, se transforma en una
alteridad plural, en una metamorfosis en acto propio del niño, que se asoma y se
asombra de lo que él puede imaginar y hacer. Este tiempo del niño es un "siendo" que
acontece como acto y lo marca, pero sólo después de la misma realización, en la
resignificación de ese azaroso hacer. Justamente es la ausencia del tiempo de la
resignificación, lo que marca la experiencia del estereotipar. Tal vez sea ese propio azar,
en la multiplicación de espejos reflejantes y deformantes, lo que marca su esencia
temporal de ser sujeto de asombro.
Los niños son seres de asombro. Así van conformando sus representaciones del
cuerpo, del mundo y de las cosas. En este sentido, representar es mediar la sensibilidad,
o sea, su asombro.
La infancia es un azar en acto o es la puesta en escena del Azar asombrado, del
asombro como intriga, inquietud y a la vez satisfacción de compartir esa reflexión con
el otro. Este encuentro con lo inesperado de la perplejidad, del acontecer mismo,
podríamos denominarlo epifanía de lo dispar. Lo dispar sería una triangulación, algo
que rompería el par de lo mismo, la mismidad de la continuidad, y la epifanía sería su
aparición.
La alteridad en la infancia está marcada por la experiencia escénica plural y
polifónica en suspenso, lo que abre la grieta para que se despliegue el azar silencioso,
que anima y da vida a la búsqueda de un deseo siempre insatisfecho.
El niño es el otro del adulto y el adulto es el otro del niño. Él es el otro de uno y,
al mismo tiempo, el uno del otro, doble espejo donde se diferencian y se identifican
asimétricamente en lo dispar, el adulto y el niño.
En esta complejidad instituyente, en su hacer significante el niño no es la
búsqueda de la alteridad sino que es ella misma en escena, en suspenso, en suspensión
de lo idéntico. A partir de sus huellas, el niño se aventura al despertar de lo equívoco, de
la equivocidad, del eco en la diferencia, o sea, a la disonancia que implicará, sin darse
cuenta, crear un recuerdo.
En la alteridad y diferencia el niño crea su identidad al reconocer las voces de
donde proviene [su historia]. Por eso, apenas puede, no deja de preguntar sobre su
origen y su lugar (parentesco, orden familiar). La alteridad del acontecimiento no se
puede prevenir anticipar, porque es lo que no está todavía producido sin que justamente
se está produciendo en escena. No se puede unificar, pues allí donde se cree tenerlo, se
esfuma, huye, de la aprehensión del instante. Se estructura para atrás, o sea, en retroceso
a partir de lo que, por ser azaroso o innovador, produce la significación de la diferencia.
En el propio desconocimiento del hacer y la experiencia, el niño se resignifica en
la diferencia. Al hacerlo, juega con la alteridad al transformarse y transformar las cosas
en otros y en otras. Al jugar, juega el secreto oculto de ser otro. Es astuto, juega la

, otredad siendo otro, preservándose como niño. No es ingenuo, es más bien cauto y
mágico.
El jugar su secreto (jugar a ser otro, para ser él como otro) lo lleva a no ser más
que él mismo en su equivocidad y encanto. Nos encontramos así con la diferencia del
otro en escena, en ficción, en desconocimiento, desconociéndose para re-conocerse en
su identidad diferente.
En el niño, la experiencia del acontecimiento escénico no está en la alteridad, ni
en la identidad, ni en la semejanza, sino en lo imposible de la aprehensión de ese
instante, en lo imposible de la totalización y la completud. Es imposible para un niño
vivir sin imposibles.
En las estereotipias el niño encarna lo imposible de la indiferenciación. Crea
dobles imposibles, crea así lo imposible del doble, que sería ser totalmente el otro de su
otro (su desaparición), el otro de su acto. Se juega así la locura. Ser loco no es creerse el
otro sino serlo, pues si lo fuera en tanto creencia, seguramente nunca lo será.


La alteridad en escena es cierta revelación de la ausencia. Por eso el niño frente
a la ausencia de su madre, o quien cumpla su función, crea el objeto y los fenómenos
transicionales para soportar la hendidura vacía que el otro ha dejado al ausentarse. Pero,
al mismo tiempo y sin darse cuenta, el objeto y los fenómenos lo crean a él y a su madre
como diferentes. El rasgo del objeto transicional soporta no la identidad, sino la
diferencia, y es por ello que necesita crearlo.
La sensibilidad del niño en las paradojas de la infancia
Para el niño, el espejo escénico representa el mágico engaño de la alteridad:
cuánto más cree estar en el espejo, más cree ser un otro que no es. Esta creencia
imaginaria enmarca la fragilidad e inestabilidad de las imágenes, las apariencias y las
creencias.
La sensibilidad del niño se estructura en estas paradojas de la infancia que nos
recuerdan la sensibilidad del artista cuando realiza su arte. A partir de esta realización
escénica del artista están como representación estética que, como efecto dramático,
provoca el goce para la mirada del otro.
Cuando nos encontramos con niños con trastornos neurológicos severos, que
apenas pueden producir algunos movimientos inestables, o sostener pobremente su
postura, o emitir algunos sonidos, somos sensibles a ello e intentamos anticipar de ese
límite neurológico, un sujeto que demanda a través de lo que puede hacer. Lo
suponemos sujeto y operamos en ese exceso sensible que nos permite comenzar a hacer
un lazo. Así como el artista nos obliga a mirar lo que no veíamos en esa belleza
evanescente, que convoca, nuestra mirada como espectador y actor de su obra, el niño
con su discapacidad nos obliga a entrar en contacto con él y no con su organicidad,
mirando lo que antes no podíamos ver por fuera de ese lazo.

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