Durante el período del franquismo en España, que abarcó desde 1939 hasta 1975, se produjo una anulación
de las libertades básicas, lo que incluyó una estricta censura, un aislamiento internacional del país y la
imposición de un régimen autoritario. Estas condiciones dificultaron enormemente la escritura y la publicación
de nuevas obras literarias, llevando a la cultura española a un estado de estancamiento en muchos aspectos.
En este contexto represivo, la evolución de la narrativa española se vio notablemente afectada y permaneció
en gran medida al margen de las principales tendencias contemporáneas que surgían en otros lugares del
mundo.
Durante la década de 1940, la narrativa española se caracterizó por la presencia de dos corrientes distintas:
la novela existencialista y la novela tremendista. La primera, influenciada por la filosofía existencialista,
exploraba la asfixiante realidad de la posguerra española, centrándose en personajes marcados por la muerte
y el pesimismo existencial. Ejemplos destacados de esta corriente son obras como "Nada" de Carmen
Laforet o "La sombra del ciprés es alargada" de Miguel Delibes. Por otro lado, la novela tremendista, de
carácter más crudo y violento, evocaba la atrocidad de la vida a través de la picaresca y el esperpento. Un
ejemplo representativo de esta corriente es "La familia de Pascual Duarte" de Camilo José Cela.
En la década de 1950, la narrativa española experimentó un giro hacia el realismo social, caracterizado por su
preocupación por las cuestiones sociales y su compromiso con la representación fiel de la realidad. La obra
pionera de esta tendencia fue La Colmena de Camilo José Cela.
La narrativa social se caracterizaba por su objetivismo en la representación de acontecimientos, utilizando un
lenguaje sobrio y claro, y abordando temáticas relacionadas con la situación política y social de España bajo
el régimen franquista.
Dentro del realismo social, se pueden distinguir dos corrientes principales: aquellos autores comprometidos
socio políticamente como Alfonso Grosso o Jesús López Pacheco, y los neorrealistas, que mostraban un
mayor interés por la experimentación narrativa, como Ana María Matute o Rafael Sánchez Ferlosio.
El Jarama de Rafael Sánchez Farlosio, supuso el arranque pleno del realismo social y refleja la falta de
ilusión en la vida cotidiana de unos jóvenes trabajadores. Vuelve a lo fantástico con El testamento de Yarfoz.
Carmen Martín Gaite abordó el problema de la inserción del individuo en la sociedad y el problema de la
comunicación (Ritmo lento)
A medida que avanzaba la década de 1950 y se adentraron en los años 60, surgió un movimiento de
renovación en la narrativa española, conocido como la novela experimental. Este movimiento se basaba en
tres principios fundamentales: el arte no debe subordinarse a la política, la novela debe reflejar la conciencia
del sujeto y es necesario darle rango artístico a la prosa narrativa. Entre los representantes más destacados
de este movimiento se encuentran autores como Juan Marsé, comenzó en el realismo social para después
continuar con una denuncia social y crítica a la burguesía, pero a través de un estilo más complejo, Últimas
tardes con Teresa; Juan Goytisolo, parte del realismo social (Duelo en el Paraíso) y se suma a la
experimentación con Señas de Identidad; y, Juan Benet con obras como Región recrea la guerra civil,
eliminando casi el argumento y el diálogo.
La narrativa del exilio también desempeñó un papel importante durante esta época, con autores como
Francisco Ayala (Muertes de perro), Rosa Chacel (Barrio de las Maravillas) o Max Aub (El laberinto
mágico), quienes se vieron obligados a abandonar España durante la guerra civil. Estos autores escribieron
sobre la guerra civil española y reflexionaron sobre sus propias experiencias autobiográficas en el exilio.
A finales de los años 1960 y principios de los años 1970, una nueva generación de autores comenzó a
emerger en la escena literaria española. Conocidos como la generación del 68 o de 1975, estos autores,
como Antonio Molina Foix, Félix de Azúa (Las lecciones de Jena) y Manuel Vázquez Montalbán (Tatuaje),
produjeron obras experimentales y críticas sociales, algunas de las cuales tendieron hacia el vanguardismo
mientras que otras adoptaron formas narrativas más tradicionales.
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