BLOQUE 9: LA CRISIS DEL SISTEMA DE LA RESTAURACIÓN Y
LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1902-1931).
9.1: ALFONSO XIII Y LA CRISIS DEL SISTEMA POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN:
LOS PARTIDOS DINÁSTICOS. LAS FUERZAS POLÍTICAS DE LA OPOSICIÓN:
REPUBLICANOS, NACIONALISTAS, SOCIALISTAS Y ANARCOSINDICALISTAS.
A principios del siglo XX el sistema político de la Restauración seguía vigente. Sus
fundamentos eran una monarquía liberal pero no democrática apoyada en la
Constitución de 1876. Este sistema había funcionado con bastante estabilidad gracias al
pacto entre los dos principales partidos dinásticos (Conservador y Liberal) para
alternarse pacíficamente en el gobierno. Sin embargo, tras el desastre del 98, se
extendió el regeneracionismo entre intelectuales y políticos que se plantearon la
necesidad de modernizar la nación española a nivel político, económico y social. De esta
forma inició su reinado Alfonso XIII (1902), cuando los partidos dinásticos, tras la muerte
de sus dos grandes líderes, Cánovas (1897) y Sagasta (1903), se vieron en grandes
crisis. Ambos partidos optaron por elegir nuevos líderes: Antonio Maura (conservador) y
José Canalejas (liberal), que representaban la nueva corriente de políticos
regeneracionistas. En 1905 se produjo una de las peores crisis de su reinado: la tensión
entre los militares y el nacionalismo catalán estalló cuando un grupo de oficiales acusó a
unas publicaciones catalanas de atacar al ejército, por lo que el gobierno, bajo la presión
de los militares, aprobó la ley de jurisdicciones (1906), mediante la cual los delitos contra
el ejército y la patria serían juzgados por tribunales militares. El “gobierno largo” de
Maura (1907-1909) se basó en su idea de hacer una “revolución desde arriba”,
eliminando el fraude y el caciquismo para hacer una política sin trampas. Se aprobó la
ley electoral, la ley de administración local (basada en una mayor autonomía para las
corporaciones locales y la posibilidad de crear mancomunidades locales y provinciales, y
en satisfacer las crecientes aspiraciones autonomistas de Cataluña, mostrándose
abiertos a un entendimiento con la Lliga Regionalista) y la ley de represión del terrorismo
(dirigida sobre todo a frenar los atentados anarquistas). Estas dos últimas leyes
fracasaron por la oposición de republicanos, liberales y socialistas. El programa de Maura
incluía una política económica de intervención estatal y de protección y fomento de la
industria nacional, y medidas sociales (como la creación del Instituto Nacional de
Previsión, la ley de descanso dominical y la legalización de la huelga). Le sucedió el
liberal José Canalejas, quien también trató de regenerar el sistema. La modernización del
país implicaba la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad religiosa y el fin del
monopolio religioso en la educación, así como la implantación de una enseñanza laica.
Se aprobó la ley del candado (1910), que limitaba el establecimiento de nuevas órdenes
religiosas en España (esto conllevó a la oposición de los sectores católicos y del papado).
Llevó a cabo reformas sociales: se mejoraron las condiciones de vida y de trabajo de las
clases humildes (reducción de la jornada laboral, ley de accidentes de trabajo, derecho
de huelga, etc). Se aprobó la ley de reclutamiento (que estableció el servicio militar
obligatorio en caso de guerra) y la ley de mancomunidades (demandada por la Lliga para
defender el nacionalismo catalán). Se negoció con Francia un nuevo tratado en 1912,
que fue la base del Protectorado franco-español sobre Marruecos. Los partidos excluidos
del sistema habían tenido muy poco peso desde el comienzo de la Restauración, pero a
principios del siglo XX su fuerza y sus apoyos comenzaron a aumentar. Los republicanos.
Era el grupo más importante de la oposición. Defendían el progreso y la justicia social
pero desde posiciones menos radicales que los socialistas y anarquistas, por lo que
atrajeron tanto a trabajadores como a sectores de la pequeña burguesía. Aparecieron
, nuevos partidos: el republicanismo moderado y reformista de Melquíades Álvarez,
comprometido con los cambios sociales y mejoras en la cultura y la educación y el
republicanismo radical de Alejandro Lerroux, sólidamente implantado en Cataluña
(especialmente en Barcelona), siendo más izquierdista, anticlerical, autonomista y
socialista (y anticatalanista). Los nacionalistas. El nacionalismo catalán fue el más
extendido y el de mayor peso político. Estuvo dominado por la Lliga Regionalista liderada
por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Esta formación política consideraba que se
debía compatibilizar la regeneración política y la modernización económica con su
reivindicación de la autonomía de Cataluña. Tras ser aprobada la ley de jurisdicciones,
considerada como un instrumento para reprimir el catalanismo, se formó un movimiento
de protesta contra el intervencionismo militar, llamado Solidaritat catalana. El
nacionalismo vasco se presentó mediante el Partido Nacionalista Vasco, una mezcla
entre el sector radical, independentista y defensor de las ideas de Arana y otro más
moderado y liberal. Los otros movimientos regionalistas (el nacionalismo gallego, el
valencianismo, el mallorquinismo y los regionalismos andaluz y aragonés) apenas
tuvieron incidencia política en el primer tercio del siglo XX. Los socialistas. El socialismo
estaba basado principalmente en el PSOE, un partido republicano pero con una
personalidad propia basada en el marxismo, con Pablo Iglesias como primer diputado,
luchando por la democratización del régimen sin renunciar a la revolución social. El
sindicato UGT creció considerablemente. Los anarcosindicalistas. El anarquismo siempre
se negó a participar en política y rechazó el reformismo social, teniendo dos tendencias
internas enfrentadas: los partidarios del terrorismo y los partidarios del sindicalismo. La
influencia del sindicalismo revolucionario francés formó el sindicato Solidaridad Obrera
en 1907, mientras que la influencia de las sociedades anarcosindicalistas catalanas
formó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910, siendo declarada ilegal
hasta 1915.
9.2: LA INTERVENCIÓN EN MARRUECOS. REPERCUSIONES DE LA PRIMERA
GUERRA MUNDIAL EN ESPAÑA. LA CRISIS DE 1917 Y EL TRIENIO BOLCHEVIQUE.
Tras el desastre del 98, España intentó recuperar el prestigio nacional. Por ello,
Marruecos (y el Protectorado) fue el eje de la política exterior del primer tercio del siglo
XX. En la Conferencia de Algeciras de 1906, Francia y España fijaron sus respectivas
zonas: a España le correspondió la zona norte, destacando la zona del Rif. En 1909 se
produjeron graves enfrentamientos entre las tropas españolas y los rifeños. Se decidió
entonces aumentar el número de reservistas y se dispuso que partieran algunos
regimientos desde Barcelona. El embarque de las tropas en Barcelona desencadenó un
movimiento de protesta contra la guerra, y los republicanos, socialistas y anarquistas
promovieron una huelga general contra la guerra. La emboscada en el Barranco del Lobo
encendió aún más la huelga, que acabó en un estallido espontáneo conocido como la
Semana Trágica de Barcelona. Grupos armados se enfrentaron a las fuerzas del orden. El
sentimiento anticlerical desembocó en el incendio de iglesias y conventos, declarándose
el estado de guerra y enviando refuerzos militares. El gobierno reprimió con dureza la
revuelta. Se celebraron juicios militares en aplicación de la ley de jurisdicciones y se
sentenciaron condenas a muerte, tras lo cual Alfonso XIII, presionado por liberales y
republicanos, forzó la dimisión de Maura, sucediéndole Canalejas. Los efectos políticos y
sociales de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la crisis de 1917 constituyeron un
punto de inflexión en el régimen de la Restauración. Cuando estalló la Gran Guerra, el
gobierno de Eduardo Dato declaró la neutralidad, que fue respaldada por todos los
partidos. Esta postura se adoptó a causa del aislamiento diplomático, la debilidad
económica y la incapacidad militar de España. Sin embargo, a pesar de dicha neutralidad