POESÍA DE POSGUERRA
Durante el franquismo, la cultura está condicionada por la desaparición de los grupos
intelectuales (muerte de Federico García Lorca, Ramón María del Valle-Inclán, Miguel de
Unamuno; exilio de Max Aub, Rafael Alberti, Alejandro Casona), la represión de los
republicanos y la restricción de las libertades básicas (de expresión, de prensa). La
censura y la autocensura condicionan la literatura, la cual se desarrolló en una situación
de anomalía o excepcionalidad con respecto al resto de países. La instauración de la
democracia tras la muerte del dictador permitió el definitivo desarrollo del sector
cultural en España.
La obra lírica de Miguel Hernández se ve interrumpida por su temprana muerte. En su
trayectoria poética se reconocen tres hitos fundamentales: El rayo que no cesa (1936),
escrito tras una aguda crisis personal, de temática amorosa, Viento del pueblo (1937),
cuyo tema central es el sufrimiento de los desheredados, y Cancionero y romancero de
ausencias (1939-1942), escrito en prisión, y cuyos temas principales son la paternidad, el
amor y la ausencia.
En 1944 se publican en España dos poemarios fundamentales que constituyen el
comienzo de la poesía de posguerra: Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre, donde
el yo poético recuerda una edad de oro o paraíso perdido (que puede asociarse a la
infancia y juventud, o al tiempo anterior a la guerra), e Hijos de la ira de Dámaso
Alonso, donde el uso del verso libre expresa la protesta del yo poético contra el mundo,
y cuyos temas son la soledad y la falta de sentido de la vida. La poesía de los años
cuarenta, marcada por las inquietudes existencias y religiosas, se ha organizado en dos
tendencias: poesía desarraigada y poesía arraigada.
La poesía desarraigada se trata de un conjunto de obras que presentan una visión
pesimista y angustiada de la existencia, en la que Dios es un ser arbitrario y cruel que
rige el mundo. Fue llevada a cabo por Blas de Otero, José Hierro, Gabriel Celaya, Carlos
Bousoño y Victoriano Cremer, entre otros, quienes expresan en sus obras una
disconformidad con la realidad. Las principales obras de la poesía existencial son Ángel
fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951), de Blas de Otero, donde se
cuestiona el sentido de la existencia del ser humano condenado a ansiar lo eterno pero
abocado a la soledad y a la mortalidad; y Tierra sin nosotros (1947) y Alegría (1947), de
José Hierro, donde se refleja que el dolor es la condición necesaria para alcanzar la
alegría.
Una percepción muy distinta a ésta es la de la poesía arraigada. Estos autores
presentan una vivencia armónica y reconciliada del mundo y la vida humana. Se incluyen
en este grupo los poetas de la Generación del 36 (Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco,
Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero, etc). Se trata de una poesía intimista, caracterizada
por la búsqueda de la perfección formal y el regreso a estructuras métricas clásicas,
cuyos temas característicos son DIos, el amor y el paisaje. La obra principal de este
periodo es La casa encendida (1949) de Luis Rosales, que refleja una expresión simbólica
del hogar, de un mundo acogedor donde el yo poético se siente, por fin, a salvo.