JOEL DOR, EL PADRE Y SUS FUNCIONES EN PSICOANÁLISIS. LA
METÁFORA PATERNA Y SUS VARIACIONES
CAPITULO IV: EL PADRE REAL, EL PADRE IMAGINARIO Y EL PADRE
SIMBÓLICO. LA FUNCIÓN DEL PADRE EN LA DIALÉCTICA EDÍPICA
La localización de la función simbólica del padre en relación con la existencia
contingente del Padre real determina una de las bases fundamentales de la clínica psicoanalítica.
No habría prueba más convincente que el recordar que la edificación del Padre simbólico a
partir del Padre real constituye la dinámica misma que regula el curso de la dialéctica edípica y,
con ella, todas las consecuencias psíquicas resultantes.
Se debe poner acento sobre la problemática paterna interviniente en la dialéctica
edípica. En cuanto a esta problemática paterna, debemos entenderla como la sucesión lógica de
las investiduras diferentes de que es objeto la figura paterna. Investiduras que señalan en la
dinámica edípica otras tantas incidencias decisivas para la estructuración psíquica del niño.
Lacan articula de entrada la noción de padre a la de complejo de Edipo. Planteaba que
no hay cuestión de Edipo si no hay padre, hablar de Edipo es introducir como esencial la
función del padre. Además, efectúo la distinción entre el Padre simbólico y la presencia del
padre contingente, es decir real.
¿Puede constituirse un Edipo de manera normal cuando no hay padre? (…) hemos
advertido que no era tan sencillo, que muy bien podía constituirse un Edipo a pesar de no estar
el padre (…) Los complejos de Edipo totalmente normales, normales en los dos sentidos, por un
lado normalizantes y también normales por desnormalizar, es decir, por sus efectos
neurotizantes, por ejemplo, se establecen de una manera exactamente homogénea a los otros
casos, incluso en el caso en que el padre no está.
En este camino de determinar la incidencia del padre en el complejo de Edipo, Lacan se
aplica a especificar no ya los infortunios de su ausencia sino, más precisamente la influencia
ejercida por los riesgos de su presencia: la famosa carencia paterna. Cuando el padre es carente
y en la medida en que se habla de carencia, nunca se sabe carencia de qué. Hablar de su
carencia en la familia no es hablar de su carencia en el complejo. Porque para hablar de su
carencia en el complejo hay que introducir otra dimensión, distinta a la dimensión realista.
Lacan establece el estatuto auténtico del padre estructuralmente implicado en el
complejo de Edipo: el padre no es un objeto real. Es una metáfora, es decir, un significante que
viene a ponerse en el lugar de otro significante. El padre es un significante sustituido a otro
significante.
Existen cuatro líneas directrices esenciales que dan perfecta razón de la función exacta
cumplida por la instancia paterna en el proceso edípico:
1- La noción de función paterna instituye y regula la dimensión complexual del Edipo
(dimensión conflictual).
2- El desarrollo de la dialéctica edípica requiere, con toda seguridad, la instancia
simbólica de la función paterna sin exigir por ello la presencia del padre real.
, 3- La carencia del padre simbólico, es decir la inconsistencia de su función en el curso
de la dialéctica edípica no es de ningún modo coextensiva a la carencia de padre
real en su dimensión realista.
4- La instancia paterna inherente al complejo de Edipo es exclusivamente simbólica,
puesto que es metáfora.
Paradójicamente, el umbral del proceso edípico se caracteriza precisamente por el
eclipse de una instancia paterna. No es que el padre real no se manifieste como tal. Por el
contrario, todo se presenta como si sólo interviniese en su mera contingencia realista, la cual no
produce ninguna incidencia preponderante en cuanto a una mediación cualquiera de las
apuestas edípicas.
El niño esta cautivo de cierto modo de relación con la madre respecto de la cual el
padre, como padre real, es extraño. Por lo demás, esta relación es adecuadamente designada
como relación fusional, por lo mismo que ninguna instancia exterior es capaz de mediatizar las
apuestas de deseo que implica. Así, la indistinción fusional del niño con la madre resulta del
hecho de que el niño se constituye como el único objeto que puede colmar el deseo de la madre.
Ajeno al circuito de la relación madre-hijo, el padre real no puede aspirar en ninguna
forma a la asunción de su función simbólica. Y ello tanto menos cuanto el niño, como objeto
susceptible de colmar el deseo de la madre, se identifica entonces con su falo. Esta función
simbólica sólo puede tener carácter operativo en la medida en que el padre estuviese investido
de la atribución fálica.
Al no hallarse el falo donde habría que suponerlo, el niño, en este umbral del Edipo,
mantiene con el falo una relación aparentemente ajena a la castración, ya que él mismo es el
objeto fálico. En su esencia, un objeto como este es precisamente el objeto imaginario dela
castración. De ello resulta la identificación fálica del niño es una identificación estrictamente
imaginaria.
Por esta razón, el padre real, antes extraño a la relación madre-hijo, apenas si podría
quedar asignado en tal exterioridad por mucho tiempo. En cuanto padre real será inevitable que
su presencia resulte para el niño cada vez más molesta desde el momento en que ella adquiera
cierta consistencia significativa frente al deseo de la madre y al modo que el niño está en
condiciones de captar dicho deseo. Así pues, la consistencia del Padre real respecto del deseo
de la madre comenzará a cuestionar la economía del deseo del niño bajo esta forma intrusiva.
Dicha interpelación lo induce aponer en tela de juicio su identificación imaginaria con el objeto
del de deseo de la madre. El niño ingresa ahora en una etapa de incertidumbre psíquica en
cuanto a su deseo y a la relación entre éste y la seguridad que le procuraba respecto del de la
madre. Sólo esta incertidumbre permite comprender de qué modo la instancia paterna empieza a
confrontar al niño con el registro de la castración.
A causa de esta confrontación subrepticia con la castración se inicia en la dinámica
deseante del niño una nueva apuesta que en lo sucesivo será explícitamente vectorizada por
instancia paterna. El padre real aparece cada vez más ante él como alguien que tiene derecho
con respecto al deseo de la madre. Sin embargo, en el primer tiempo esta figura del que tiene
derecho sólo podría actualizarse ante el niño sobre el terreno de la rivalidad fálica en relación
con la madre. Rivalidad fálica dónde la figura paterna será triplemente investida por el niño
bajo los atavíos de un padre privador, interdictor y frustrador.