DIFERENCIACIÓN DE GÉNERO.
LA INDUMENTARIA Y LA DIFERENCIACIÓN DE GÉNERO A TRAVÉS DE LA HISTORIA.
Aunque la diferenciación de la forma de vestir entre género femenino y masculino es patente en muchas culturas
desde la antigüedad, hay un momento clave en la historia de la cultura occidental cristiana, en el que queda
definitivamente sentenciada la diferenciación sexual del traje. Por herencia del Bajo Imperio Romano y de los usos
del vestir de los pueblos bárbaros, durante la Alta Edad Media la túnica continuó siendo usada indistintamente por
hombres y mujeres. Con una curiosa diferencia: el largo de la túnica masculina podía variar de los pies a medio
muslo, la de la mujer debía ser obligatoriamente talar, es decir, arrastrar por el suelo. En la Edad Media esta túnica
recibe el nombre de saya. La propia evolución de la saya masculina, y la influencia del atuendo militar que sustituyó
la cota de malla por el uso de armadura, culmina en el periodo gótico con la transformación del atuendo masculino
en un conjunto de dos piezas: una prenda que protegía el torso (el jubón, la jaqueta o el justillo entre otros) y que se
redujo casi hasta la cintura, y las calzas, que se ajustaba a los pies y las piernas hasta las ingles, usada por ambos
sexos como prenda interior hasta entonces, que en el hombre quedó a la vista. Este atuendo era más cómodo, y por
supuesto más viril (hacer la guerra era cosa exclusivamente de hombres). Otro de los factores importantes de ésta
diferenciación fue la llegada del cristianismo donde la Biblia apuntaba lo siguiente: “La mujer no llevará ropa de
hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una abominación para Yahvé tu Dios”.
La diferenciación sexual en el traje culmina en este momento, en el siglo XIV, cuando queda concretado básicamente
en “corto y ajustado para el hombre y largo y envolviendo el cuerpo para la mujer”. El hombre divide su atuendo en
dos partes, y la mujer continuará vistiendo una sola pieza. La ropa masculina marca la silueta, la femenina la borra de
la alta cintura a los pies. Simplificando un porqué, se podría afirmar que una de las razones por las que se definió así
el atuendo femenino fue por su sexualidad, destinada a la procreación y la conservación del linaje de esta
organización patrilineal (seguridad de herederos legítimos), donde había que preservar la castidad de la esposa y
madre custodiando su sexo, preso bajo amplios ropajes. Junto a esta circunstancia, la mujer estaba obligada a
responder al engranaje político y social de aquella época, llegando a extremos como la exigencia impuesta a todas
las esposas de la familia Albizzi de Florencia, de usar vestidos iguales.
En el transcurso de los siglos XIV y XV, la silueta del hombre fortalece su apariencia. Presume de cintura estrecha y el
frontal del torso abombado a base de forros, rellenos y engrudo en el jubón. También ensalza la silueta con postizos
para tornear las piernas y definir una figura vigorosa. La ropa femenina se va complicando hasta hacer de la mujer un
ser envuelto en largas telas. Se contrapone a toda practicidad posible, al contrario que la masculina. Cito alguno de
los usos que se adoptaron como moda femenina: Se elevó el número de prendas que de una sola vez vestían sobre
el cuerpo: traje de debajo (saya, cota, brial,...) y traje de encima (pellote, hopa, mongil, hopalanda,…).
Las mangas adoptaron multitud de formas. Se añadieron a los trajes de encima enormes mangas que se abrían o
cerradas se tragaban los brazos y las manos, de ahí que se inventaran las maneras, aberturas que se practicaban en
la caída de la manga para sacar las extremidades. Comenzaron a usarse también postizas, atacadas al cuerpo de la
sobresaya. De los hombros y los brazos se colgaron piezas de tela que llegaban hasta el suelo, como los pendentes o
tippets.
La cola de los vestidos, el gran invento de la Edad Media, arrastraba metros. Podían vestir incluso dos, la del traje de
debajo y la del traje de encima, y si la prenda no la poseía, se añadía postiza; con el consecuente desatino de no
saber cómo entenderse con ella, pues limpiar el suelo con 5 metros de cola no era, entre otras cosas, cómodo, como
tampoco lo fue tener que llevarla colgando de un brazo inutilizado. Muchas colas se ensuciaron antes de que
apareciese un complemento que facilitó tan pesada condena, una punta en el cinturón para colgar la cola. En el siglo
XIV se inventá lo que sería el antecesor del futuro corsé. Comenzaron a usarlo las damas de la corte francesa.
Hacia 1470, en España, aparece el verdugado en la falda. Aros mimbre que se cosen a la falda de la túnica dando un
volumen circular, tipo campana.
Los chapines, calzado originariamente para mujeres de clase alta. Se diseñaron en los albores del siglo XV en España.
Con suela elevada de corcho, hueso o madera, con la altura de centímetros suficiente para que al salir a la calle, las
túnicas no tocaran el suelo. Entonces era un calzado de exterior.