¿Puede nuestro silencio ser la mejor alternativa?
¿Seríamos capaz de denunciar, sabiendo que, de hacerlo, nuestra vida se encontraría en riesgo?
Si no decir nada protegerá nuestra integridad ¿No es esa la mejor opción? Como tal, este ensayo
no busca culpar a las víctimas, porque después de todo, son estas personas las menos
responsables de lo acontecido, y no tienen por qué cargar con lo que corresponde a los
victimarios. No obstante, se presentarán hechos concretos con evidencia correspondiente, que
permitan a los lectores reflexionar sobre cómo la actitud de las víctimas (bajo el temor
provocado por los victimarios) frente a distintos conflictos puede desencadenar en situaciones
desfavorables.
Como se conoce, los 80’ y 90’ fueron años devastadores en el Perú a causa del terrorismo.
Precisamente, uno de los grupos que perpetuó distintos crímenes fue Sendero Luminoso (SL),
que después de las navidades de 1982 desalojó fácilmente a las Fuerzas Policiales de amplias
áreas rurales, donde se aprovecharían de los pobladores y generarían una alta sensación de
miedo. Sin embargo, contrario a lo que se podría esperar, y tal como lo demuestran los
testimonios a presentar, el actuar sumiso de los campesinos provocó que los terroristas los
utilizaran para encubrir sus múltiples crímenes, aumentarlos e incluso normalizarlos. De esta
manera, se plantea que el temor de los campesinos hacia SL produjo mayor perpetuación de
crímenes por este grupo terrorista y dificultó su derrota.
En primer lugar, el temor de los campesinos hacia SL produjo el incremento de crímenes. La
respuesta de los campesinos frente a las atrocidades que realizaba SL fue un grado inmenso de
temor. Este sentir, fue el que provocó que muchas personas no demostraran su postura en contra
de los múltiples abusos que sufrían. A continuación, se presenta un testimonio del libro La
derrota de Sendero Luminoso (1996):
-Entonces a la mujer castigaron con cincuenta latigazos porque había hablado quejándose de la mala
distribución de las cosechas. Era una familia pobre y le echaba también su traguito. Y le han cortado su pelo
todo cachi y al otro también le han tirado cincuenta latigazos y le han cortado una oreja con tijeras, hasta
ahora está qoro rinri (mocho).
- Y la gente, ¿qué dijo?
-Nada pues: (castiga, pero no mates), eso nomás han dicho". (Juvenal, campesino, adulto). (p. 199)
En este desgarrador testimonio, se hace alusión al robo que realizaba el grupo terrorista de las
tierras ajenas. Como se aprecia, parte de los campesinos no estaban de acuerdo con eso. Sin
embargo, como las consecuencias de quejarse eran brutales, el silencio se convirtió en un
escudo de protección para su integridad. Lamentablemente, esta “seguridad” que encontraron al
callar, no sería duradera; ya que, esa postura que los campesinos adoptaron basada en: “el
crimen no es crimen hasta que se dé un asesinato”, incremento los abusos; pues, de alguna
forma, se aceptó la violencia del grupo senderista, normalizando el atropello de los derechos
humanos y valores fundamentales de la persona. En general, el temor originó que las victimas
callaran todo lo que sufrían, produjo que se continuaran perpetrando abusos. Sin nadie que los
pare, los crímenes en manos del grupo senderista incrementaban día con día.
En segundo lugar, el temor de los campesinos hacia SL dificultó su derrota. Como ya se mostró
el temor produjo una censura de reclamos por parte de los campesinos. Esto tuvo como
consecuencia que los escasos intentos de la policía para detenerlos se complicaran. A
continuación, se presenta otro testimonio anexado en el libro La derrota de Sendero Luminoso
(1996):
Claro, los familiares tenían pena, pero no sabían... cuando se hacía esta clase de ajusticiamientos, era de un
momento a otro... La gente miraba y decían, si en caso nos enteramos algo o si vemos a alguien que está
haciendo algo del partido, es mejor quedamos callados. Si los policías vienen, nuestra palabra tiene que ser:
no sabemos, no sabemos. Nosotros también teníamos que dar esa recomendación. Algunos no estaban de
acuerdo, pero se aguantaban, no decían nada, se quedaban callados y algunos campesinos, algunas
campesinas, se iban llorando. Siempre daba miedo y pena cuando se mataba delante de la gente (Nicario).
(204)