Poesía de 1940 a nuestros días
'"Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres", Dámaso Alonso en Hijos de la ira y Blas
de Otero en Ancia -"suena en Europa el tambor de proa a popa"-, recogen el fruto de dos cicatrices:
la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial.
Tras la guerra, la poesía española "padece" el exilio de un viejo poeta del "98", Antonio Machado, de
JRJ y de los poetas del "27" que cantan a la patria perdida. Lorca ha muerto, y mientras que Gerardo
Diego y Alexandre permanecen en España, Miguel Hernández escribía desde su celda algunos
poemas en recuerdo de su hijo muerto: Cancionero y romancero de ausencias. León Felipe se siente
Español del éxodo y del llanto y exclama: "qué lástima que yo no tenga patria".
En los años 40 encontramos por un lado la poesía desarraigada que, desde la revista Espadaña,
describe el tremendismo de un mundo agónico, deshecho, y habitado según Blas de Otero por
"Ángeles fieramente humanos", pues "esto es ser hombre, horror a manos llenas". Otero suplica a
un Dios inmisericorde: "alzo la mano y tú me la cercenas/ abro los ojos, me los sajas vivos, / sed
tengo y sal se vuelven tus arenas". El Dios al que se dirige Dámaso Alonso no es mucho más
compasivo, pues necesita el abono de nuestros cuerpos para un siniestro jardín. La voz del
"Hombre" en un mundo sin sentido es una "gárrula tolvanera" según Dámaso Alonso.
Por otro lado, la poesía arraigada de los clasicistas, desde las revistas Garcilaso, Escorial y Jerarquía,
trata, con afán optimista, de dar orden, claridad y religiosidad al mundo, a base de sonetos
garcilasistas y verso libre. Así Rosales ve La casa encendida y sabe en Rimas que su vieja casa de la
Coruña "está más junta que una lágrima". Leopoldo Panero (padre) también mira dentro de la casa y
canta a su hijo en Escrito a cada instante.
En los años 50, Blas de Otero "escribe como escupe" y dedica su poesía "a la inmensa mayoría". El
poeta sale del "yo" y se centra en el "otro": Pido la paz y la palabra, En Castellano, Que trata de
España. Ha superado el desarraigo que manifestó en Ancia y se centra en denunciar la injusticia
social con el fin de solidarizarse con los que sufren. Gabriel Celaya (Cantos íberos) quiere "escribir
como quien respira". Aleixandre en Historia del corazón se hermana con los otros hombres y ya no
siente la Sombra del paraíso.
La poesía de los años 60 narra la experiencia personal desde un yo fingido. Tras el fracaso de la
poesía social, incapaces de transformar el mundo, los poetas se vuelven escépticos y sólo se atreven
a sentir algo A modo de esperanza (José Ángel Valente). Lo social se diluye y el poeta se centra en lo
íntimo, lo personal, lo cotidiano. También Ángel González, Sin esperanza con convencimiento, se
convierte en un escéptico e ironiza. Se autonombra en sus poemas "Para que yo me llame Ángel
González". En sus "Fábulas para animales" propone irónicamente al hombre como "modelo". La
poesía de Jaime Gil de Biedma, más que un alegato contra la burguesía, es un alegato contra el
burgués que hay en sí mismo. "Contra Jaime Gil de Biedma". Prefiere así el cinismo al patetismo en
su obra: Diario del artista seriamente enfermo.
En los años 70, los "poetas del sándalo", escriben poesía experimental, culturalista, "veneciana".
Sienten aversión por la poetización de la vivencia. "No nos apetecía escribir nada que no tuviera
unos orígenes culturales, librescos" (Luis Alberto de Cuenca). Como los modernistas y los
simbolistas, quieren reinventar la vida. Reescriben palimpsestos.
Gimferrer siente el pánico barroco a la fugacidad del tiempo y prefiere La muerte en Beverly Hills, en
un ambiente de cine negro hollywoodiense, de rubias fatales en bares nocturnos con luces de neón.
Decadente, artificioso y sensual, Antonio Colinas prefiere las ruinas. Su Sepulcro en Tarquinia nos