Generación del 27
La España de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la España de la Segunda República (1931-
1936) es una nación convulsa y modernizada: jazz, automóviles, cine ruso. Grandes personalidades
del panorama artístico y científico internacional (Einstein, Marie Curie, Marinetti, Ravel, Igor
Stravinski), así como nacional (Falla, Dalí) se reúnen en los salones de la Residencia de Estudiantes,
donde se fragua un nuevo movimiento literario, la Generación del 27, que se dispersará con el
estallido de la Guerra Civil (1936-1939).
Los veintisieteístas, ligados a la vanguardia de los felices años veinte, rechazan el modernismo.
“Vino primero pura” en el verso del poema V de Eternidades de Juan Ramón Jiménez, queda
recogido el afán de desnudez poética, que, junto con la búsqueda de perfección formal y el rechazo
de lo demasiado humano, configuran el ideario estilístico de la primera etapa de los poetas del 27.
Pedro Salinas dialoga con objetos: con un “tú” que es la bombilla, su “amada eléctrica” de “35
bujías”, con la máquina de escribir “Underwood Girls”, o con el teléfono, en un primer arrebato
futurista y anti-romántico. Otras veces, en un impulso dadaísta, fuera de la lógica surge su “Tatá
dadá” en Presagios. Alberti se asoma también al futurismo con la “Oda a Platko” o su “Madrigal al
billete de tranvía” en Cal y Canto, obra también con huella clasicista y gongorina como los Versos
humanos de Gerardo Diego.
Jorge Guillén elige su propio “Beatus ille” horaciano en el calambur de su poema dedicado al “Beato
Sillón” de su casa, y canta la plenitud del medio día “Las doce en el reloj” en un mundo que él cree
tan positivo como los monosílabos “sí” y “más”. Se atreve a exclamar en Cántico: “el mundo está
bien hecho”.
Esta pureza y deshumanización extremas se atenúan en los “mares niños” albertinos de Marinero en
tierra y en el Romancero Gitano de Federico García Lorca, donde mezcla lo popular y lo culto, lo
universal y lo andaluz, lo viejo y lo nuevo.
La crisis mundial de 1929 coincide con una crisis personal de nuestros grandes poetas, con la
rehumanización de las vanguardias a través del surrealismo francés, con la instauración de la
Segunda República en España (1931) y con la presencia en Madrid del poeta chileno Pablo Neruda,
que invita a los poetas a escribir “una poesía sin pureza”.
Rafael Alberti, si antes se sintió “exiliado del mar” ahora se siente “exiliado del paraíso”. Siente
“Nostalgia de los arcángeles” en Sobre los ángeles. Lorca abandona los romances y se sumerge en
los pesimistas versos libres y sonetos de Poeta en Nueva York. A este pesimismo surrealista, Vicente
Aleixandre le añade su visión panteísta y telúrica del amor en La destrucción o el amor y en Espadas
como labios.
Luis Cernuda mezcla surrealismo y nihilismo extremos con un romanticismo que siente pasión por la
belleza. Surrealista y rebelde en Los placeres prohibidos, desolado y romántico en Donde habite el
olvido.
Nada romántico, pues su amor es correspondido y gozoso, Pedro Salinas dialoga ahora con la mujer
amada en La voz a ti debida. Elige los pronombres personales para instalarse en ellos con su amada:
“Para vivir no quiero/ islas, palacios, torres. / Qué alegría más alta/ vivir en los pronombres”.