Centrándonos en primer lugar en la arquitectura barroca en tierras hispanas debemos destaca
la edificación de conventos en el interior del casco urbano de las ciudades, destacando por
ejemplo la ciudad de Sevilla al tener esta el monopolio del comercio ultramarino. Es por esto
por lo que Sevilla contaba con 73 conventos, seguido de Madrid con 57 y Segovia que contaba
con 24. Como consecuencia de esto muchos arquitectos del siglo 17 van a ser frailes de las
propias órdenes. Los carmelitas por ejemplo cuentan con fray Alberto de la Madre de Dios, los
agustinos con fray Lorenzo de San Nicolás y los jesuitas con los discípulos del padre Bartolomé
de Bustamante, los hermanos Pedro Sánchez y Francisco Bautista.
Las plantas , que diseñan no son originales, ya que sus diseños procedían del siglo anterior y
son los llamados modelos de salón y de cajón, por su estructura regular. El de salón cabe
destacar que es más propio de la zona de Castilla, y corresponde a lo que entendemos a un
templo cruciforme, es decir con forma de cruz, como la planta de la iglesia del colegio Imperial
de la compañía de Jesús de Madrid, mientras que en Andalucía se impuso el modelo de cajón,
consistente en un rectángulo, como sucede en la planta de la iglesia del sagrario en Sevilla.
Algo más generalizado seria la sobriedad de las fachadas y la pobreza constructiva. Podemos
verlo en la fachada del convento de san José en Ávila o el monasterio de la Encarnación en
Madrid. El ladrillo será el método casi exclusivo de construcción, aunque en cupulas sobre
todo en la zona castellana veremos cómo se utiliza la madera y el yeso. También empezamos a
ver como se recubren las capillas con cimborrios de madera. Eso si esta sencillez de finales del
17 y principios del 18 cambiará totalmente con una deslumbrante decoración interior. Las
iglesias aparecen deslumbrantes, brillantes y revestidas de yesería, coloridos cuadros de altar y
majestuosos retablos dorados que impactaban mental y sensorialmente a los fieles.
Es entonces cuando surgen una lista de increíbles arquitectos y entalladores como son Pedro
de Ribera en Madrid, Fernando de Casa Novoa en Santiago, Jaime Bort en Murcia, Francisco
Hurtado Izquierdo en Córdoba y granada, y por supuesto las dinastías de los Churriguera en
salamanca, los Figueroa en Sevilla y los tomé en Toledo.
Ejemplos de estos artistas tenemos varios, la sacristía de la cartuja de granada, la portada del
real hospicio del ave maría y san Fernando en Madrid, la fachada de la catedral de Murcia, la
fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago de Compostela o la portada del colegio
seminario de san Telmo en Sevilla.
Complementariamente a la arquitectura van a ser las transformaciones urbanas. Los
ayuntamientos promulgan ordenanzas que buscan el ensanchamiento y el alineamiento de las
calles , la pavimentación del viario y el saneamiento del alcantarillado. Pero todo esto solo
alcanza su plenitud con la apertura en el corazón de la ciudad de la emblemática Plaza Mayor.
Un espacio público de estructura rectangular, con soportales para resguardar a los
comerciantes y compradores. Los edificios de la Plaza Mayor son de 3 plantas, con alzado
uniforme y balcones de hierro, que los convierten en palcos para presencial los espectáculos
civiles y religiosos. La primera plaza mayor que responde a estas características es la de
Madrid, construida en 1619 por Juan Gómez de Mora, a imagen de esta se levantaran otras en
el territorio nacional y en los virreinatos americanos, cerrándose el ciclo con la de salamanca
en 1728.
Y si hablamos de barroco en España no podemos pasar por alto la imaginería. La escultura
española se nutre de si misa al vivir aislada de otros modelos y técnicas extranjeras. Utilizó
como material predilecto la madera, que se reviste de policromía. Se usarán Pinos de Soria y
, Andalucía, Nogales asturianos, tejos navarros, cedro y caoba americana… todo esto para
fabricar imágenes religiosas, retablos y pasos procesionales.
Empezando por los retablos, debemos de explicar su estructura, y es que esta, está
fragmentada en pisos horizontales por entablamentos y en calles verticales, por columnas de
fuste liso, salomónicas o estípites, que decoran como un gran telón escénico la mesa del altar.
Pero además sirven de instrumento pedagógico de la liturgia católica y tienen la misión de
narrar a través de imágenes y relieves los principales acontecimientos del catolicismo.
Esta misión catequética va a tener su culmen en la Semana Santa, cuando las ciudades se
convierten en inmensos templos y los pasos en imágenes itinerantes.
Los dirigentes barrocos parten del convencimiento absoluto de que el paso procesional que
sacan las cofradías penitenciales a la calle busca el encuentro de aquel fiel que no entra a la
iglesia, con figuras en permanente movimiento que captan la atención del espectador.
Para asegurarse del triunfo, exigieron a los imagineros un lenguaje claro, sencillo, de modo que
los fieles se estremecieran al ver la angustia de maría, se indignasen con los sayones que
azotan a Jesús y se sobrecogiesen con los Nazarenos y cristos expirantes. La identificación fu
tal que se adoptaron variantes regionales acorde con el carácter y personalidad de los
habitantes de cada región.
Por un lado, destacamos la austeridad castellana y la dureza de la meseta, que forjaron un tipo
de crucificado patético y llagado. Por cierto, patético no significa algo negativo, en arte se
utiliza para decir que una imagen expresa angustia. Las vírgenes castellanas son mujeres
maduras con gran expresión de dolor. En cambio, si vemos la zona andaluza y murciana,
surgen cristos apolíneos, esto es que responde a los cánones de belleza masculinos y vírgenes
adolescentes. Se omite en mayor medida la sangre en comparación con el anterior estilo
mencionado. El gusto por lo aparente explica la abundancia de Imágenes articuladas de vestir,
que no tienen de humano más que la máscara del rostro, las manos y los pies, supliendo la
talla con un deslumbrante ajuar de túnicas, sayas y mantos bordados, potencias y coronas de
oro. Los encargados de aplicar estos completos y conjuntarlos son los vestidores y camaristas.
Los murcianos además añaden los típicos productos de la huerta, servidos en vajilla y
cristalería, componiendo un bodegón en el paso de la santa cena ideado por Francisco Salzillo.
A su vez la escuela andaluza ofrece novedades, en Sevilla prima el carácter clásico y el amor
por la belleza, mientras que en granada gusta lo pequeño y preciosista. La inmaculada de
Martínez montañés en Sevilla de tamaño natural y la concepción granadina de Alonso cano en
tamaño reducido son claros ejemplos.
Si nos centramos en escuelas, debemos destacar de la castellana a Gregorio Fernández. Es
indudablemente el maestro del barroco castellano. En su producción debemos reseñar 2
etapas, una manierista y otro de madurez donde afianza el naturalismo. Sus obras destacan
por ser de talla completa y bulto redondo, están teñidas por el patetismo, caracterizándose en
su etapa de esplendor por el modelado blando del desnudo y la rigidez de los ropajes. Son
telas pesadas que se quiebran en pliegues geométricos, paños artificiosos , ojos de cristal,
dientes de marfil, uñas de asta y grumos de corcho para dar volumen a los coágulos de sangre.
Esta escuela tiene gran influencia en el norte y oeste español. Como creador de tipos
iconográficos, dio forma definitiva al modelo de inmaculada en Castilla y al de virgen de la
piedad, aunque lo que lo llevo verdaderamente a la fama fueron sus interpretaciones
pasionistas del flagelado, atado a una columna baja y el yacente que reclina la cabeza encima
de una almohada y reposa extendido sobre la sabana. El autor al realizar el famoso yacente de