TEMA 5. LA POESÍA DE 1939 A 1975. CLAUDIO RODRÍGUEZ.
La guerra rompe un país, desgarra la biografía de los hombres. Los poetas muertos (Lorca,
Antonio Machado, Miguel Hernández), los poetas exiliados… ¿Cuál hubiera sido la historia
de nuestra literatura de no haber estallado la guerra? Nunca lo sabremos. La historia es la que
aquí detallamos. Dividiremos esta historia, en la que se suceden nombres, generaciones y
tendencias, en cuatro capítulos o bloques.
La poesía del exilio ► El final de la guerra lleva al exilio a gran parte de nuestra
intelectualidad: J. R. Jiménez, casi todo el 27, León Felipe, Juan Gil-Albert… La dispersión
geográfica de los exiliados, sus diferencias ideológicas y estéticas, el prolongado destierro y su
progresiva integración en los países de acogida dificultan su agrupación. Como características
generales de estos poetas pueden señalarse el recuerdo de la guerra, la evocación de la patria
perdida, la nostalgia del pasado, la amargura del exilio…
La poesía de los años 40 ► Aunque en este periodo concurren distintas corrientes, el
complejo panorama suele dividirse en dos tendencias: la poesía arraigada y la poesía
desarraigada. La poesía arraigada prefiere una métrica clásica para expresar una visión positiva
y esperanzada del mundo. En las páginas de dos revistas ―Escorial y Garcilaso― van
apareciendo sus principales poetas: Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Luis Rosales,
Dionisio Ridruejo, José García Nieto…. La poesía desarraigada tiene fecha de nacimiento:
1944, año en que Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso publican, respectivamente, Sombra del
paraíso e Hijos de la ira, y se edita en León el primer número de la revista Espadaña. Hijos de la
ira, libro áspero y crítico, es un hito de esta poesía desasosegada y disconforme. Usando
versículos de ritmo obsesivo, un lenguaje enérgico e imágenes que tienen algo de surrealistas,
Dámaso Alonso lanza un grito de angustia y protesta ante un mundo dominado por el odio y
la injusticia. Pero la división entre arraigados y desarraigados es simplista. Hay poetas que
pasan de una lírica serena y equilibrada a otra de mayor inquietud. Panero alcanza una gran
hondura con Escrito a cada instante y Rosales hace lo mismo con La casa encendida. Por otra
parte, la preocupación existencial no es exclusiva de ningún bando, sino del individuo. Sobre
temas existenciales, religiosos o metafísicos escribirán también jóvenes poetas: José María
Valverde, Carlos Bousoño... Hay, además, otras tendencias importantes que escapan a tal
división. Es el caso del grupo surgido en torno a la revista cordobesa Cántico, fundada en
1947. Este grupo cultiva una poesía intimista, de aliento romántico y notable riqueza
expresiva, en la que se perciben diversas influencias: la estética barroca, la generación del 27,
la poesía pura… Otro peculiar grupo de posguerra es el postismo. Su fundador, Carlos
Edmundo de Ory, reivindica la libertad creadora y el espíritu lúdico e imaginativo del
surrealismo y las vanguardias.
La poesía de los años 50 ► Aunque lo característico de esta década sea la gran
diversidad, domina un realismo social cuyos rasgos estilísticos son: lenguaje sencillo y
coloquial, mayor preocupación por el contenido que por el primor estético, cierta tendencia
hacia el prosaísmo, etc. La escritura se concibe como un arma capaz de transformar la
sociedad. A esta corriente se incorporan poetas de la década anterior: Victoriano Crémer,
Eugenio de Nora… Entre los nuevos autores sobresalen Gabriel Celaya, Blas de Otero y José
Hierro. Los dos primeros libros de Blas de Otero, Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia,
poseen un tono existencial y una expresión bronca y crispada. En el segundo, la solidaridad
ofrece una salida al íntimo conflicto. A partir de Pido la paz y la palabra, la preocupación social
ocupa un primer plano y la expresión se simplifica. En sus últimos libros se entremezclan lo