HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA, G2 (C1)
CURSO 2022/2023. UB. PROF: PALOMA ARROYO VEGA
Clase 1 – Jueves 15 de septiembre
En esta clase se ha presentado la asignatura.
Clase 2 – Martes 20 de septiembre
TEMA 1 – DEL LATÍN AL ROMANCE
1.1. Latín clásico y latín vulgar. Fuentes para el estudio del latín vulgar
Los orígenes del español están en el latín vulgar. Veamos cuáles son algunas de las fuentes a las
que podemos acudir para extraer los elementos que caracterizan al latín vulgar hispánico, usado en
la oralidad y cada vez más alejado de la normativa. A continuación veremos algunos de estos textos
ordenados cronológicamente. Esto nos permitirá darnos cuenta de que cuanto más tardíos son, más
se alejan del latín clásico y más se acercan al romance castellano.
El Appendix Probi es una fuente muy significativa de los rasgos del latín vulgar de la Península
Ibérica cerca del siglo VI. El documento no está fechado, pero a través del análisis contrastivo con
otras fuentes y de la información que contiene, se considera que es propio de este siglo. El
documento fue titulado a posteriori, puesto que se trata de un apéndice perteneciente a una obra
mayor, en concreto, una gramática en latín que quería mostrar las normas del latín clásico y alertar
de las incorrecciones más frecuentes. Se le llama Appendix Probi al considerar que el autor
probablemente era el gramático Marcus Valerius Probus, aunque no hay ninguna certeza.
Acudiremos a él con bastante frecuencia. Este apéndice consistía en una lista de correcciones
con las que se indicaba cuál era la forma normativa o clásica frente a la forma evolucionada
propia de los hablantes coetáneos, con el objetivo de que los lectores se esforzaran por
recuperar la forma clásica, considerada el buen latín. Por ejemplo, al decir speculum non
speclum, el corrector decía que speculum era la forma del latín clásico en lugar de speclum, la más
extendida. Al comparar la primera con la segunda, podemos observar cuáles fueron las
generalidades que sucedieron en el latín vulgar hispánico con el paso de los siglos. Estas
generalidades nos permiten establecer leyes fonéticas. Veamos varios ejemplos:
speculum non speclum
masculus non masclus
oculus non oclus
tabula non tabla
viridis non virdis
En los cinco ejemplos vemos que una vocal interna (interconsonántica) sincopa, es decir, se pierde
en un contexto concreto. En todos los casos observamos que la vocal sincopada es la u y la i:
disponiendo solo de estos datos, únicamente podríamos establecer una ley fonética en relación con
estas dos vocales, porque quizá la síncopa no ocurre con las restantes. Deberíamos observar la
evolución de más palabras para determinar si el fenómeno ocurre con todas. Vemos, también, que la
síncopa no se produce en cualquier situación: de hecho, en los cinco casos, las vocales sincopadas
están en contacto con una líquida (l y r). Además, son todas postónicas y, por lo tanto, átonas.
Gracias a la observación minuciosa de estos ejemplos, hemos podido acotar el contexto en el que se
produce este fenómeno de cambio lingüístico o, al menos, el contexto más habitual de aparición.
Los cambios fónicos pueden suponer una modificación del sonido, pero también una eliminación o
una adición. En el caso que acabamos de ver, se trata de una eliminación.
,Otra fuente para ver los distintos estadios del latín vulgar hispánico es la Nodicia de kesos, fechada
de forma aproximada en 980. Este documento da cuenta del inventario de quesos que había en la
despensa del monasterio leonés de La Rozuela. Nos llama la atención la k que ya aparece en el
título, teniendo en cuenta que no es una grafía propia del latín, sino del griego. El latín la había
importado en algunos helenismos, pero no en una palabra latina. Esta grafía ya nos alerta de que ha
habido una evolución significativa en el habla hispánica. El habla del siglo X debe de estar muy
alejada del latín clásico. El autor intenta reflejar las nuevas pronunciaciones a partir de grafías
novedosas. Hay, además, palabras poco propias del latín y mucho más propias del castellano, como
vemos en un breve fragmento del texto:
“Nodicia de kesos que espisit frater Semeno in labore de fratres: in ilo bacelare de cirka Sancte
Juste, kesos V; in ilo alio de apate, Il kesos; en que puseron ogano, kesos IIII; in ilo de Kastrelo, I;
in ilo de Kastrelo, I; in ila uinia majore, II.”
El pronombre relativo que era impropio del latín, igual que el uso de ilo como artículo (una
categoría que no existía en latín; en latín illu era originalmente un demostrativo). En latín queso se
llamaba caseum, y en el documento se llama keso: observamos que hay una monoptongación (eu
por o) y una sustitución de la a inicial por una e, que entenderemos gracias a la asignatura.
Cuanto más cercano a la oralidad y a la espontaneidad es el texto, en mayor medida están
presentes elementos que no concuerdan con la norma. Es por ello por lo que textos como la
Nodicia de kesos tienen tantos rasgos de la lengua real. Hay que ser conscientes de que, en el siglo
X, el español no existía como lengua escrita, por lo que el autor de cualquier texto pretendía escribir
en latín. Lo que pasaba es que el latín que se hablaba estaba tan contaminado por el romance que
era inevitable que muchos rasgos romances se materializaran en los textos.
En los siglos X-XI se escribieron las Glosas Emilianenses, que ya remarcaron la conciencia de
diferenciación lingüística entre el latín y el romance. Estas glosas aparecen al lado de
documentos escritos en latín con la intención de aclarar algunos términos que aparecen en el texto
original. Las glosas aparecen en los márgenes de este documento y definen en romance algunas
palabras del latín ya arcaicas e incluso se traducen algunas palabras al romance. Se
denominan Emilianenses porque se encontraron en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en
La Rioja. Estas glosas son representativas porque son las primeras que se encontraron y se
analizaron con detenimiento, y permitieron establecer una fecha de conciencia de que lo que se
estaba hablando era muy distinto de lo que se estaba escribiendo.
El Cantar de Mio Cid, fechado en el siglo XIII, ya muestra un romance muy evolucionado. De
hecho, es el primer texto que se escribe con la voluntad de que esté escrito en castellano, en la
lengua real. Hasta entonces, todos los textos se escribían con la voluntad de que estuvieran escritos
en latín y si aparecían rasgos en romance era porque el autor no lo había sabido evitar. En cuanto al
estadio de la lengua, si en el Appendix Probi veíamos que era habitual decir oclus por oculus, en el
Cantar aparece oios, que se pronunciaba con un sonido fricativo palatal sonoro ([ʒ]), el
correspondiente a la j ortográfica catalana. Para entender cómo se ha pasado de oclus a oios hay que
conocer las leyes fonéticas que llevaron a esta evolución. Este es solo un ejemplo de los muchos
que evidencian la distancia enorme entre el castellano del siglo XIII y el latín.
Hasta Alfonso X el Sabio, los textos escritos plenamente en romance solo eran literarios y en
poesía. La prosa seguía escribiéndose en latín. Fue a partir del escritorio alfonsí cuando se
empezó a usar el castellano como lengua apta para los textos no poéticos, como los textos
jurídicos y administrativos. Alfonso X el Sabio incluso tradujo textos de siglos anteriores para que
tuvieran su versión en castellano. Tenemos como ejemplo del escritorio alfonsí el texto Siete
Partidas (1272-1275), un texto de referencia del derecho castellano, con un fuerte componente
,filosófico aunque fuera un texto legislativo. En él podemos ver cuáles son las formas del castellano
del siglo XIII. Como característica curiosa, vemos que los adverbios actualmente acabados en
-mente acaban en -mientre (naturalmientre). La vibrante es intrusa, ya que el término originario del
latín era -mentem. También hay un diptongo en el sufijo.
En el Libro del Conde Lucanor, de Don Juan Manuel (1330-1335), observamos el
mantenimiento de muchos rasgos del castellano del siglo XIII, pero ya algunas innovaciones
que se consolidarán sobre todo en el siglo XV. En comparación con los textos alfonsinos, se
recupera por un influjo latinizante el sufijo -mente (affincadamente). Es curiosa la aparición del
signo tironiano ⁊ para representar la conjunción copulativa, habitualmente representada como et o e
hasta esta fecha. Marco Tulio Tirón fue secretario y escriba de Cicerón, en el siglo I a.C., y creó un
sistema de taquigrafía basado en abreviaturas para escribir con más rapidez. Para representar la
conjunción copulativa, usaba una tau griega pequeña. La notación tironiana se enseñó en los
monasterios europeos durante la Edad Media. De todas formas, lo que debemos preguntarnos es
cómo se pronunciaba la conjunción copulativa en aquel momento: las investigaciones hacen pensar
que ya se pronunciaba como ahora, como y.
1.2. Evolución del sistema lingüístico del latín vulgar. Cambios en el ámbito fonológico y en el
ámbito morfosintáctico
Veamos a continuación el vocalismo del latín clásico y del latín vulgar, que posteriormente nos
llevó al vocalismo del romance castellano. Hay que diferenciar entre el vocalismo tónico y el
vocalismo átono: según la posición de la vocal, cambia el sistema fonológico y también su
evolución. El sistema vocálico del latín clásico estaba formado por 10 vocales, que se
distinguen por 3 rasgos:
• El punto de articulación (en qué lugar de la cavidad bucal se articula la vocal, cuál es la
posición de la lengua): hay vocales anteriores, centrales y posteriores. Las vocales e/i son
anteriores porque la lengua se sitúa hacia adelante, mientras que las vocales o/u son
posteriores porque la lengua se sitúa en una posición atrasada. La a es una vocal central.
• La altura o grado de elevación lingual: hay vocales altas, medias y bajas. Las vocales
i/u son altas porque la lengua está muy elevada; las vocales e/o son medias y la a es una
vocal baja.
• Además de estos dos rasgos (comunes con el español), en latín existía un tercer rasgo
que caracterizaba las vocales: la duración o cantidad. Distinguimos entre vocal larga y
vocal breve. En la palabra CŌNCĬLĬŬM la o es larga, mientras que el resto de vocales son
breves. Ortográficamente, las vocales breves se representan con una línea curva
descendiente, situada encima de la vocal, mientras que las vocales largas se representan con
una línea recta. La distinción entre vocales breves y largas era un rasgo distintivo, que
permitía diferenciar palabras. Por ejemplo, VĚNIT era la tercera persona del singular del
presente de indicativo del verbo venir (viene) y VĒNIT era también una forma de 3ª
persona, pero del pretérito perfecto simple de indicativo (vino). Al pronunciar como breve o
como larga la e, se entendía que el tiempo verbal era de presente o de pretérito. Era como si
se tratara de dos vocales diferentes. La distinción en vocales altas y breves permitía que en
latín la lista de vocales fuera más extensa que en español. Este rasgo también podía
diferenciar casos de una misma palabra. El latín es una lengua flexiva, por lo que las
funciones sintácticas se marcaban a partir de las declinaciones, de las terminaciones de la
palabra (las declinaciones consistían en una lista de casos, cada uno asociado a una función
sintáctica). La duración o cantidad de la vocal permitía en ocasiones distinguir un caso de
otro: MENSĀ 'mesa' está en caso ablativo, mientras que MENSĂ está en caso nominativo.
La duración o cantidad también distinguía palabras con significados diferentes: PŎPULUS
significaba 'pueblo', mientras que PŌPULUS significaba 'chopo', un tipo de árbol.
, La duración o cantidad se perdió como rasgo distintivo, pero eso no conllevó una
simplificación automática del sistema vocálico, sino que este rasgo se sustituyó por
otro, el de timbre o abertura. Se dejó de distinguir entre vocales breves y largas para
distinguir entre vocales abiertas y cerradas. La equivalencia era la siguiente: las vocales
largas pasaron a ser cerradas; las breves, a ser abiertas. El paso a vocales abiertas y
cerradas hizo que algunas vocales se asemejaran más entre sí, lo que llevó posteriormente a
una reducción del sistema vocálico.
Clase 3 – Jueves 22 de septiembre
El latín clásico tenía, como dijimos en la clase anterior, un sistema vocálico de 10 vocales. Cada
vocal del español actual tenía su variante breve y su variante larga. Fonéticamente se representa el
alargamiento con un diacrítico, que tiene forma de dos triángulos. El rasgo de duración o cantidad
propio del latín clásico se sustituyó en el latín vulgar por el rasgo de timbre o abertura: las vocales
breves se convirtieron en abiertas, mientras que las largas se mantuvieron cerradas. El paso del
latín clásico al latín vulgar primitivo supuso ya una simplificación del sistema vocálico,
porque la a breve y la a larga confluyeron en una única a, en una única vocal baja central. Como
vemos, en el latín vulgar solo había 9 vocales, frente a las 10 del clásico.
Ě Ē Ĭ Ī Ă Ā Ŏ Ō Ŭ Ū
Latín [e] [e:] [i] [i:] [a] [a:] [o] [o:] [u] [u:]
clásico
Latín [ɛ] [e] [ɪ] [i] [a] [ɔ] [o] [ʊ ] [u]
vulgar
primitivo
Con el paso de los siglos, el sistema vocálico del latín vulgar siguió evolucionando. La evolución
supuso una simplificación del sistema, que fue distinta en función de la posición de la vocal. En
los contextos átonos hubo una mayor simplificación que en los contextos tónicos.
VOCALISMO TÓNICO
Vocales anteriores
Latín clásico AE Ě OE Ē Ĭ Ī
Latín vulgar [ɛ] [e] [ɪ] [i]
Latín vulgar (s. II-III) [ɛ] [e] [i]
Vocales posteriores
Latín clásico Ŏ AU Ō Ŭ Ū
Latín vulgar [ɔ] [o] [ʊ ] [u]
Latín vulgar (s. II-III) [ɔ] [o] [u]