8.1 EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL SIGLO XIX. EL DESARROLLO
URBANO.
En aspectos demográficos, durante el siglo XIX se produjo un aumento de población significativo, y
España no fue una excepción. Este crecimiento tuvo varias consecuencias, entre ellas, movimientos
migratorios tanto dentro del país como hacia las colonias, y también el desarrollo de las ciudades.
La población española pasará de tener casi 11 millones de habitantes a finales del siglo XVIII, a tener
algo más de 18 millones en 1900 (este ritmo de crecimiento será lento al principio, pero se acelerará
entre 1820 y 1860), aunque será menos acusado que en otros países debido a la alta mortalidad y al
retraso de la modernización.
Este aumento demográfico se debe principalmente a mejoras en la alimentación (patata), avances
de la medicina preventiva (vacunas) y nuevas medidas higiénicas. La mortalidad española era la más
elevada de Europa occidental (debido a enfermedades, hambrunas, etc.) y la esperanza de vida era
en torno a los 35 años. La natalidad y la tasa de mortalidad infantil también lo era y se mantuvieron
altas durante todo el siglo (más que en el resto de Europa).
La tasa de crecimiento vegetativo era baja, por lo que hablamos de un modelo demográfico antiguo
que irá cambiando evolucionando a lo largo del siglo XIX, con un despunte en los años antes
mencionados, tendremos que esperar unos años para hablar de transición demográfica (aunque
algunas regiones como Cataluña, lo logran antes).
En cuanto a inmigración, entre 1882 y finales de siglo se acentuaron muchísimo las emigraciones de
españoles. Antes de este periodo, la población se consideraba un recurso del país y las leyes no
favorecían las migraciones, pero a partir de 1853 se permitieron las emigraciones a América, por lo
que hubo muchos movimientos migratorios (en las constitución de 1869, por ejemplo, se reconoció
el derecho a emigrar). Las zonas con más migraciones fueron Galicia, Canarias, Andalucía y Valencia.
También hubo migraciones políticas o exilios, que afectaron a sectores de población, como es el caso
de los denominados “afrancesados” en el contexto de la guerra de la independencia, liberales en
época de represión absolutista, o republicanos.
Además, tenemos que hablar también de movimientos migratorios dentro del país o éxodo rural.
Muchos campesinos abandonaron el entorno rural y se trasladaron a localidades mayores,
fundamentalmente en el País Vasco y en el litoral mediterráneo (procedentes en su gran mayoría de
Castilla, Andalucía y Extremadura). Las zonas centrales de España perdieron población, excepto
Madrid, que aumentó su población de manera discreta al ser capital del reino.
Este éxodo potenció el urbanismo. Al principio este urbanismo no estuvo sujeto a ninguna
planificación, y en muchos casos se resolvió con el aumento del número de personas por vivienda.
Las ciudades principales (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla entre las más pobladas) al inicio no se
extendieron, sino que se densificaron, con los consiguientes problemas de hacinamiento e
insalubridad.
A mediados del siglo XIX, con la llegada del ferrocarril a algunas localidades periféricas y una
“mayor” industrialización, algunas ciudades se ven obligadas a traspasar el límite de sus antiguas
murallas (incluso derribarlas) para ampliar las ciudades a barrios periféricos (obreros,
desordenados), áreas burguesas más planificadas (los denominados ensanches, como el de
Barcelona, proyectado por I.Cerdá, o el de Madrid, por J.M. de Castro), proyectos urbanísticos más