Tema 5. El apogeo de la República.
1.. Las conquistas orientales y occidentales.
Oriente.
1.. La II Guerra Macedónica. (200 – 196 a.C.)
El primer conflicto que atrajo a los romanos tras las guerras contra Cartago fue el de
Macedonia. A finales del siglo III e inicios del II a.C., Grecia estaba fraccionada en una serie de
reinos, resultado de la disolución del Imperio de Alejandro Magno. De entre todos los estados
destacaba Macedonia, que aspiraba a lograr la hegemonía sobre Grecia, y Siria y Egipto.
Macedonia aprovechó el enfrentamiento de Roma y Cartago y firmó un acuerdo en secreto con
Siria en el 202 a.C., por el que ambos estados iban a aprovecharse de la debilidad de Egipto para
repartirse las posesiones que dicho reino tenía en el Egeo. Antíoco III, rey de Siria, logró el
objetivo de ocupar la Celesiria, pero cuando Filipo V (rey de Macedonia), inició sus actividades
expansionistas, despertó el recelo de los estados griegos y Egipto solicitó la intervención de
Roma a finales del 201 a.C.
Así pues, la guerra fue inevitable. Previamente, los romanos llegaron a un acuerdo con Antíoco
III por el que se garantizaban su neutralidad a cambio de reconocer sus conquistas a costa de
Egipto.
En el 198 a.C., la guerra dio un giro inesperado con el nombramiento de un nuevo cónsul, Tito
Quincio Flaminio, que, además de ser buen estratega, era buen diplomático y atrajo a la alianza
romana, no sólo a la liga etolia, sino también a la confederación aquea y al propio rey de
Esparta, dejando así aislado a Filipo, que intentó la negociación a través del statu quo. La
contrapropuesta del cónsul obligó al rey macedónico a aceptar el encuentro armado, que se
produjo en la línea de colinas de Cinoscéfalos, en Tesalia, en el 197 a.C. La victoria romana
marcaría el final de Macedonia como potencia griega, ya que en la Paz de Tempe, Filipo fue
obligado a evacuar todas sus posesiones griegas de Asia y Europa, reducir drásticamente su
capacidad militar y pagar una gran indemnización de guerra.
2. La “liberación” de Grecia. 196 a.C.
Este es otro hecho que marcó el fin de la II Guerra Macedónica, la declaración de la liberación
de Grecia a cargo del cónsul Flaminio, que proclamó que a partir de ese momento las
poblaciones griegas eran libres, únicamente sometidas a las leyes que ellos mismos se diesen y
exentos de pagar tributos.
3. Guerra contra Nabis de Esparta (195 a.C.).
Los griegos comprendieron pronto que la libertad proclamada era, a lo sumo, “vigilada”.
Flaminio, obligado a arbitrar conflictos seculares e insolubles, tuvo que intervenir militarmente
contra Nabis de Esparta, presionado por la liga aquea. Esta intervención romana en un conflicto
puramente griego equivalía a dividir Grecia en dos campos, el de los aliados y protegidos de
Roma, y el de los enemigos y descontentos, como Nabis. Esto forzaría posteriormente nuevas
intervenciones.
De esta manera, la política de Flaminio se agotó en la contradicción de querer establecer la paz
entre los estados griegos y arrogarse un papel policial para garantizarla. Una vez restituido el
, equilibrio político que garantizaba la seguridad de Italia se procedió en el 194 a.C., a la
evacuación de todas las tropas romanas que permanecían en Grecia.
4. La guerra con Antíoco III y la Paz de Apamea (192 – 188 a.C.)
La política expansiva del rey seléucida demostró la insuficiencia de las medidas romanas en
Oriente. Antíoco cometió el error de pensar que el vacío político dejado por Macedonia en el
Egeo podía ser llenado por su presencia, y en consecuencia, se apoderó de un buen número de
plazas costeras.
La reacción de Roma, fundamentada en su estricta política de equilibrio en oriente, se
manifestó en una embajada en la cual exigió a Antíoco respetar la libertad de las ciudades
griegas de Asia Menor. El rey sirio, en contestación, pasó a la orilla europea y se fortificó en
Tracia. Con esto, las posiciones romanas y sirias se fueron endureciendo hasta convertirse en
una guerra fría que precipitó en un conflicto armado.
Mientras tanto, la liga etolia, convertida en exponente de los sentimientos antirromanos, invitó
a Antíoco a intervenir en Grecia como “liberador”. El monarca sirio se apresuró a desembarcar
en Grecia, pero las alianzas sirio-etolias eran muy escasas en comparación con los estados
neutrales o aliados romanos.
En el 191 a.C., desembarcó en Grecia un ejército consular al mando de Acilio Glabrión, que
venció a Antíoco en las Termópilas y le forzó a abandonar Europa.
Mientras tanto, en el Senado en Roma, Escipión el Africano pretendía una victoria definitiva,
que exigía llevar la guerra a Asia. Unos años antes, el viejo enemigo de Roma, Aníbal, había
encontrado refugio en la corte de Antíoco, por lo que era un magnífico pretexto para conseguir
que los comicios votaran el envío de una expedición y confiaran su mando al clan de los
Escipiones. Lucio, el hermano del Africano, fue elegido cónsul, y por tanto, encargado de la
guerra.
De esta manera, la campaña siria se resolvió definitivamente a comienzos del 189 a.C., en
Magnesia de Sípilo. La paz se firmó en el 188 a.C., en Apamea y significó la desaparición de Siria
como potencia mediterránea ya que se obligó a Antíoco a evacuar todas sus posesiones en Asia
Menor hasta el Tauro.
Así pues, debilitado Egipto y vencidas Siria y Macedonia, las relaciones políticas del Oriente
Mediterráneo, basadas en el equilibrio de estos grandes reinos, experimentaron un gran cambio
con la multiplicación de entes políticos de potencial limitado. Así, Roma, más allá de las cotas de
seguridad que habían movido su intervención en Oriente, plantó los fundamentos de su
hegemonía en el mundo helenístico.
5. La III Guerra Macedónica. (171 – 168 a.C.)
Tras la muerte de Filipo en el 179, subió al trono su hijo Perseo, quien se esforzó por mantener
la política paterna reafirmando el prestigio de Macedonia en Grecia aunque con métodos
conciliadores y abiertos que le dieron popularidad. La profunda crisis socioeconómica que
sacudía a Grecia ofreció a Perseo un vasto campo de acción como campeón de las
reivindicaciones de los débiles contra las clases acomodadas. Pero el hecho de que estas clases
fuesen filorromanas, empujó a Perseo a un terreno resbaladizo ya que se convirtió, en contra de
su voluntad, en representante de la creciente opinión antirromana.