Tema 9. El mundo romano en época imperial.
1. Roma, Italia, las provincias. La eclosión de la vida urbana.
Hoy sin duda se puede caracterizar el Imperio romano como urbano. Este fenómeno urbano, que
había sido desde mucho antes en Oriente la forma de vida más extendida, se desarrolla en
Occidente y termina por constituir la célula fundamental e irreemplazable: la civitas.
En cuanto a las ciudades del Imperio, presentaban grandes diferencias entre sí. La mayoría
contaba con una población de 10.000 a 15.000 habitantes, pero muchas de ellas apenas llegaban
a los 2.000 o 3.000. Solo una media docena como Pérgamo alcanzaba de 50.000 a 100.000
habitantes. Densamente pobladas estaban Alejandría y Antioquía, con cerca de medio millón, y
por encima de todas estaba Roma con un millón.
Más allá de su tamaño, sus distintas tradiciones y caracteres, todas tenían unos rasgos comunes:
una ciudad era esencialmente una comunidad urbana dotada de autogobierno, con una
Constitución y unas instituciones regulares: el Consejo local y los magistrados. La distinción entre
la ciudad y las comunidades de rango inferior en la época imperial residía básicamente en la
Constitución Política y en la relación con el territorio circundante. En el Oriente griego, la política
imperial solo se limitó a favorecer su desarrollo y en Occidente hubo una notable propagación de
ciudades romanas, no solo las provincias interiores, sino en las zonas fronterizas.
En cuanto a su aspecto físico, las ciudades se dividían en dos calles perpendiculares, que
formaban el entramado urbano, el cardo y el decumanus, constituido por manzanas de casas
individuales, domus, o colectivas, insulae. En el centro de la intersección de las dos calles
principales se levantaba el foro, una gran plaza rodeada de pórticos donde se concentraba la vida
pública de la ciudad. El foro incluía la mayoría de los edificios públicos, tanto civiles como
religiosos. La mayor parte de ellos tenían enmarcados en uno de sus lados un mercado público.
Además de estas instalaciones públicas, lo completan otros edificios como termas, gimnasios,
teatros, anfiteatros y obras decorativas como estatuas, arcos del triunfo, etc..
Los diferentes estatutos de las ciudades eran herencia de época republicana. En Occidente las
formas de organización principales eran la colonia y el municipium. Aunque eran distintas por su
origen, sus instituciones político administrativas eran semejantes. En los municipios se distinguían
aquellos en los que todos sus habitantes libres poseían la ciudadanía romana frente a otros en
los que este privilegio se restringía a los magistrados y consejeros locales. Solo unos cuántos
estaban dotados del “derecho italiano”, que comportaba la exención del impuesto territorial. Las
constituciones de las restantes ciudades del Imperio eran tan diversas como las propias ciudades.
Existían varias categorías privilegiadas: civitates foederatae, con derechos reconocidos como
consecuencia de un tratado formal con Roma; liberae, no sometidas al arbitrio del gobernador
provincial; liberae et inmmunes, que incluían, además, la exención de impuestos. Durante el
Imperio se tendió a suprimir estos privilegios, por lo que la mayor parte de las ciudades del
Imperio era stipendiariae, es decir, sometidos a la autoridad del gobernador provincial y obligadas
al pago de un tributo al Estado.
En cuanto a las funciones de las ciudades, eran las siguientes: la recaudación de impuestos, el
reclutamiento de los soldados, y el mantenimiento de la ley y el orden. Además de estas cargas,
impuestas por el Estado, las ciudades y sus gobiernos locales tenían que ocuparse de las tareas
, regulares de funcionamiento interno, como la construcción y mantenimiento de edificios de
interés común, organización de juegos y espectáculos y mantenimiento del orden público.
Para su organización, la ciudad contaba con unas instituciones municipales. Sus elementos
integrantes eran el populus, el conjunto de ciudadanos de pleno derecho, que son los
magistrados, y el Consejo Municipal. El Ordo como Consejo Municipal estaba encargado de
ocuparse de todas las cuestiones importantes de interés general concernientes a la
administración de la ciudad, como los trabajos públicos y tributos, ceremonias y sacrificios,
privilegios y honores, etc..
Durante los dos primeros siglos del Imperio, el Estado, a través de la ciudad, resolvió el difícil
problema de la administración del Imperio y obtuvo los recursos materiales para su
sostenimiento. Pero desde mediados del siglo II, Cuando aparecen los primeros síntomas de la
crisis económica, el Estado, para paliar los graves problemas financieros, presionó sobre las
ciudades, que a su vez también estaban castigadas por la crisis general. Ante la creciente
dificultad en encontrar candidatos dispuestos a hacerse cargo de las magistraturas con sus
correspondientes cargas económicas, los miembros del ordo hubieron de responsabilizarse
obligatoriamente de estas cargas, las munera, convirtiéndose en un estamento cerrado y
hereditario, los curiales. El Gobierno central intervino también en la gestión ciudadana, con el
nombramiento de curatores, encargados de controlar las inversiones de fondos municipales,
administrar las tierras de la ciudad, hacer cumplir el pago de las deudas y restringir en general el
gasto público.
2. La economía imperial: modelos agrarios, las villae.
La paz instaurada por Augusto y mantenida casi ininterrumpidamente hasta el reinado de Marco
Aurelio, fomentó el incremento de la población, con el consiguiente aumento de la demanda, y
estimuló la expansión económica. No obstante, la economía romana imperial mantuvo los
caracteres típicos de las sociedades preindustriales subdesarrolladas, lo que significa que la tierra
siguió siendo la principal fuente de riqueza en la que estaban empleados la mayoría de las fuerzas
productivas. A partir de los Flavios, las provincias desempeñaron un papel cada vez mayor en la
economía del mundo romano.
La organización de las explotaciones agrícolas en la Italia del siglo I, de las que se nos escapan
muchos aspectos por falta de información, lo sabemos gracias a la obra de Columela. El proceso
de concentración de la propiedad y la existencia de grandes latifundios no había hecho
desaparecer las explotaciones medianas y pequeñas. Aún existía la agricultura de carácter
intensivo, con fincas de tamaño medio y explotadas con métodos racionales, con mano de obra
esclava y la pequeña propiedad era de carácter familiar.
No obstante, a partir del siglo dos, la agricultura racional, cultivada por esclavos a las hordas de
un villicus, entró en decadencia y en su lugar los grandes dominios fueron divididos en pequeñas
parcelas confiadas a campesinos libres, los coloni. Se ha señalado como causa de esta
transformación del régimen de cultivo la disminución del número de esclavos como consecuencia
del agotamiento de las fuentes de aprovisionamiento, pero probablemente intervinieron otros
factores, como la escasa productividad de la agricultura intensiva y el aumento del absentismo
entre los latifundistas, que prefirieron desentenderse de las preocupaciones del campo y confiar
sus fincas a colonos libres e incluso esclavos. Las fuerzas de trabajo en la agricultura durante la
época alto imperial fueron mixtas, libres y esclavas, aunque con tendencia a un incremento de la
población libre.