Tema 10. El siglo III y sus transformaciones.
1. El debate historiográfico acerca de la crisis del s. III.
Desde la muerte del último emperador de la Dinastía Severa, en el año 235 hasta el inicio del Bajo
Imperio, iniciado por Diocleciano, transcurren cincuenta terribles años, tal vez los más
turbulentos y difíciles de la Historia de Roma.
Hay una gran dificultad de su conocimiento por la escasez y deplorable estado en que se hallan
las fuentes históricas. Hay una gran reducción de testimonios epigráficos.
La mayor parte de sus fuentes escritas son autores tardíos de los siglos siguientes (IV y V) como
Aurelio Víctor y Herodiano. Destacan también los testimonios papirológicos.
El Imperio se vio amenazado por usurpaciones y desórdenes en su interior; amenazas e invasiones
en sus fronteras a lo que sucedieron hambrunas, catástrofes y desgracias de todo tipo que
estuvieron a punto de acabar con el propio Imperio.
Las grandes transformaciones que sufrió el Imperio romano en todos sus aspectos tras la crisis
del siglo III, se puede considerar un período intermedio que marca la transición entre el
Principado y el Dominado.
2. La dinastía de los Severos.
La muerte de Cómodo desencadena en Roma una crisis, a la que pondrá fin, tras cuatro años de
guerra civil, el africano Lucio Septimio Severo, fundador de una nueva dinastía que se mantendrá
en el poder hasta el año 235.
Septimio Severo (193 – 211).
Su vida y la del Imperio iban a estar marcadas por su estancia en Siria aunque llevó a Roma a
numerosos sirios y miembros de su familia. A esta fuerte influencia siria, el emperador añadiría,
con personajes de origen itálico, un buen número de hombres nuevos de origen africano, entre
los que destaca Plautiano, nombrado prefecto del pretorio, aunque una desmedida ambición
precipitó su caída y muerte.
La irregular subida de Severo al poder como consecuencia de un pronunciamiento militar, exigía
fundamentarla con unas bases legales. De ahí, la afirmación de la idea dinástica y del carácter
hereditario del Principado, en una línea continua de legitimidad con los Antoninos. Severo cambió
el nombre de su hijo por el de Marco Aurelio Antonino (el futuro Caracalla) y en el año 198 fue
proclamado Augusto. Su hermano menor recibió el título en el 209. Por primera vez en la historia
del Imperio hubo tres Augustos, ocupando el poder.
La obra de gobierno.
El gobierno Severiano acentuó el carácter autoritario de la monarquía con una fuerte
concentración de los poderes reales de decisión en la persona del emperador, en detrimento de
los que disfrutaba el senado.
Severo no manifestó una oposición contra el senado pero al introducir a hombres nuevos les
otorgó los cargos más importantes de la administración. El senado en el siglo III es en un hombre
rico, sin antepasados, que vive a menudo en sus posesiones sin pisar Roma. Por tanto, al
, introducir a personas del orden ecuestre, puso en evidencia el papel creciente de los caballeros
frente al orden senatorial.
Esta preponderancia del orden ecuestre fue, en gran medida, producto de la multiplicación de
los puestos de procurador, que las crecientes necesidades de la administración exigían.
Otra característica del gobierno de Severo fue su atención a la jurisprudencia, que conoció con
esta dinastía uno de sus períodos fecundos. Numerosos juristas se esforzaron por interpretar el
derecho bajo principios de equidad y de atención por las exigencias de las clases humildes. En
este sentido, se inaugura la serie de prefectos de carácter “civil”, expertos en derecho.
El ejército y la defensa del Imperio.
Severo había llegado al poder gracias a un pronunciamiento militar y sabía a quién debía el trono.
No es extraño que el ejército ocupase un lugar preeminente en la atención del emperador.
La reforma de Severo no afectó tanto a la estrategia fronteriza, en la que se mantuvo el viejo
sistema defensivo del limes, como a conseguir los recursos humanos necesarios para poner en
práctica esta estrategia en cantidad y calidad.
La larga experiencia de Severo en el limes danubiano modeló su programa militar para hacer
frente a los problemas más evidentes: las dificultades de reclutamiento y el descontento de los
soldados.
En cuanto a los efectivos y el reclutamiento, Severo licenció a la guardia pretoriana y la reemplazó
por soldados fieles de las legiones del Danubio. Creó tres nuevas legiones, las párticas. Estas
tropas ponían a disposición del emperador un ejército para utilizarlo contra posibles intentos de
usurpación o en caso de invasión. También se aumentó el número de las unidades auxiliares y se
potenciaron los cuerpos de tropa bárbaros al servicio de Roma.
Severo atendió sobre todo a mejorar la situación de los soldados: les subió el sueldo, permiso de
matrimonio legal para los soldados en servicio, podían utilizar el anillo de oro, símbolo de dignidad
social; permiso para vivir en los barrios civiles fuera de sus horas de servicio; inmunidad de cargas
personales, etc.
Esta reforma no significó una “barbarización”, sino una democratización. Por otra parte, la
integración de los soldados en la vida civil abrió el camino a una “militarización” de la sociedad,
uno de los elementos característicos del Bajo Imperio.
Esta renovación permitió hacer frente con éxito a los problemas de defensa.
Tras la afirmación del poder imperial en Occidente, Severo partió hacia Oriente para emprender
una nueva guerra contra los partos. Su resultado fue la creación de la provincia de Mesopotamia,
además de llevar a cabo innovaciones en el ámbito provincial: Siria fue dividida en dos provincias
y Egipto perdió parte de su carácter excepcional, aproximándose en su administración a las
restantes provincias del Imperio. Desde Oriente, volvió a Roma en el 202, pero en el 208 tuvo que
partir hacia Britania para hacer frente a los ataques de las tribus de la Baja Escocia.
Fue una guerra dura, que aún no estaba terminada cuando el emperador, enfermo, murió, en el
211. El muro de Adriano quedó finalmente como frontera del dominio romano en la isla.
